Cuando mi generación era pequeña, ponían en la tele una serie que en español se llamó Vacaciones en el mar y, en inglés, El barco del amor. Imagino que todo el mundo la recuerda, pero la trama en sí era una ñoñez que ni Heidi correteando por el monte: aquí uno se subía al trasatlántico y salía emparejado gracias a las buenas artes del capitán y su tripulación, que para asuntos marítimos no sabemos, pero para los del corazón acertaban más que Messi a puerta vacía.
Desde entonces, los cruceros han tenido para nosotros una cierta pose cutre-romántica que ahora se nos ha hundido cual Titanic de cuarta gracias a la desgracia del Costa Concordia. Semejante sainete dramático no nos ha traído solo un montón de muertos, sino a un protagonista, el capitán Francesco Schettino, virtual cobarde por horas y amante a tiempo completo. Según conocemos detalles del entuerto, el argumento de la historieta se vuelve ridículo por minutos, con una rubia moldava entrando en escena para decir que no estaba precisamente cenando con el capitán en el momento de autos, sino comiéndole la boca. Se parece, pero no es lo mismo
Así contemplada, la cosa tiene tintes de telenovela. Sí, ese género concebido para lucrarse con la cualidad de esperar propia de las mujeres porque, si somos capaces de aguardar años una llamada que no llega, cómo no vamos a ser capaces de esperar para ver un nuevo capítulo de una historia que nunca se acaba.... ¿Verdad, mentes pensantes de la televisión mundial? Lo que ocurre es que, en esta ocasión, el culebrón tiene un escenario de lujo, pero unos protagonistas de todo a cien que desmerecen lo elevado de su argumento.
Se queja la tal Domnica Cemortan, que así se llama el objeto de deseo de Schettino, que hubiera acabado en la cama con su capitán de no ser porque al barco le entró la pájara y se escoró a su suerte. ¡La virgen! Ahora va a ser que la tontada de hundir la flota le ha chafado el polvo de su vida. Imagino que Schettino debe de tener armamento pesado entre las piernas, porque si no, no se entiende. Con el fin de explicarse para no parecer una cretina, la muy rubia continúa diciendo que el capitán le molaba porque "me decía que era inteligente y bella y se reía de mis chistes". Receta infalible. Por menos de eso (de los chistes, me refiero) Hitler invadió Polonia. Ahora entiendo yo por qué el Risk tiene tanto éxito entre la población masculina: para evitar que un calentón inoportuno te lleve a fabricar bombas racimo, el mejor tratamiento de choque es mover soldaditos en las fronteras de la Unión Europea hasta aniquilar al contrario. Bendita sea la testosterona aplicada a la estrategia.
No contenta con sus explicaciones y siguiendo punto por punto la máxima de que el amor es ciego y va siempre colocado, Cemortan insiste en que ni el fuego interno consiguió nublar la vista del capitán y que éste "dirigió el barco hacia aguas menos profundas para que la gente pudiera salir nadando. Es un valiente". Eso mismo pensamos todos cuando escuchamos que fue el primero en abandonar el buque para tomarse unas cañas. Se ve que necesitaba "enfriarse".
Desconozco cómo está la situación jurídica de este capitán Nemo del destape, pero desde aquí alzo mi voz para pedir que le permitan reunirse pronto con su amada. En aras de una mayor intimidad, yo les animaría a tomarse tiempo para arreglar lo suyo en una bonita habitación de cuatro metros cuadrados con retrete incluido. Creo que lo menos que estos dos merecen es consumar la pasión, porque si lo vuelven a intentar a cielo abierto, lo mismo nos cae una estación espacial encima o algo.
Lástima que en esto, como en todo en la vida, funcione tan bien el principio de temporalidad catastrófica. Sí, el mismo que indica que las cosas solo suceden una vez y que jamás podrá deshacerse lo que ya ha ocurrido. Algo que deberíamos tener en cuenta todos, pero principalmente, algún que otro cateto a babor.
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