Tiempo atrás (tampoco tanto, debo reconocer) decidí que no iba a contar nada de mi día a día a través de ningún vehículo que se mueva por el ciberespacio. Todo en la medida de lo posible, claro. El objetivo es dar las menos pistas posibles acerca de mis actividades privadas más importantes, mi estado de ánimo o a qué -o a quién- dedico el tiempo libre. La razón es muy sencilla: creo que estos asuntos no le conciernen a nadie salvo a una servidora y a las personas que se rozan con ella. El que necesite, quiera o sienta que debe saber algo más que pregunte y yo tendré a bien contestarle o salirme por peteneras si procede.
Siempre he expuesto mis dudas sobre las relaciones en la Red. Quien me conoce, lo tiene muy asumido. Ahora ha surgido un movimiento, compuesto por gente muy joven, que utiliza Internet como una fuente de entretenimiento, un instrumento para nutrirse de ciertos conocimientos (muchos de ellos tontadas que van a parar al disco duro de nuestro cerebro y anidan ahí hasta producir otras como ellas), pero nunca un medio de relacionarse con el mundo por encima del contacto físico. Se trata de personas, además, sin perfil en Facebook, Twenty o Twitter, lo que a mis ojos les convierte prácticamente, en superhéroes de la modernidad.
He de confesar que empecé a escribir este blog porque estaba harta de mantener conversaciones absurdas con gente absurda, de esconder lo que pensaba en aras del bien universal y la concordia mundial. Es complicado intentar ocultar el intelecto bajo una fachada de superficialidad, sobre todo porque muchas veces resulta imposible, y va creando dentro de nosotros una disonancia harto indigestible. Y con ello no estoy diciendo que la que esto escribe sea un dechado de inteligencia, carisma y atractivo sin fin; una persona súper interesante hasta cuando va al baño, sino que, en ocasiones, la realidad frívola y mundana que te rodea te hace replantearte tus rarezas y tus opiniones, además de buscar vehículos para expresarte al margen de tu normalidad cotidiana, en un afán de no perder esa parte fundamental de tu personalidad en el intento de sobrevivir.
Para algunos, como yo misma, la presencia en las redes sociales obedece a ese impulso íntimo de mostrarnos al mundo tal y como somos. El otro día, una persona me trasmitía los comentarios que hacía en Facebook una segunda que a mí me parece, tal vez, el ser más dañino que he conocido en años. La primera me comunicaba a la par su sorpresa y su desilusión "sé que me diste pistas, pero de verdad que no pensaba que fuera así". Pues vete pensándolo. Hay quienes fingen una actitud buenrollista y molona cuando la bilis les sale hasta por los pinreles. Estos también canalizan sus inmensas fobias y sus piscodramas a través de la red. Como decía en un post anterior, ¡olé la autenticidad!
Pero lo habitual es que el ciberespacio nos sirva para volvernos mas importantes de lo que somos, adoptar el papel de valientes que nuestra cobardía nos impide ejercer en la vida real. Para hacernos los interesantes, en fin, cuando nuestra vida privada es una sucesión de quiero y no puedo, indecisiones mal cocinadas y peor aceptadas y palabrerío que acaba convirtiéndonos en muñecos sin personalidad, mimetizándonos con las opiniones ajenas por el temor a expresar las propias. Internet, ese supramundo donde hasta el más tonto es héroe, se convierte así en el reino de fantasía donde todos podemos ser lo que en realidad no somos, despojarnos del traje del caballero oscuro y ponernos los ropajes de Lancelot du Lac en busca de su Ginebra.
Un estudio reciente ha descubierto, oh sorpresa, que la gente que tiene más amigos en Facebook es la misma que cuenta con mayores problemas para mantener relaciones profundas y duraderas en la vida real. Imagino que quedarían exentos del estudio los personajes públicos, cuyo éxito en las redes sociales se presupone de serie. La investigación venía a revelar personalidades narcisistas, que buscan el aplauso fácil pero que, en el fondo, están vacías por dentro. Internet es, por razones obvias, el refugio ideal para personajes de este cariz, su gran reino de Taifas donde miles de bufones se despiertan cada día con el propósito de reírles las gracias.
Muchas veces me he planteado la viabilidad de este blog. Sobre todo porque lo que yo cuento es más un desahogo que algo planeado para interesarle al mundo. No creo en mis derechos de autor, ya que todo lo que plasmo aquí podría reflejarlo en una conversación cara a cara con quien quisiera escucharme. Por ello sé que algún día me cansaré, dejará de apetecerme o mis circunstancias personales tal vez me lleven a centrarme en otros asuntos. Mientras tanto, no me cansaré de agradecer a aquellos que me leen cuando pueden, algunos de los cuales no solo son lectores, también amigos.
Pero de lo que sí estoy convencida, y me reitero en ello, es de que jamás tendré Facebook a no ser por circunstancias profesionales y que mis seguidores en Twitter nunca llegarán a mil. Probablemente ni a cien. Sobre todo porque me siento incapaz de alimentarles con asuntos y cotilleos de mi vida privada salvo error u omisión por mi parte. Así no hay relación que prospere. Y si algún día la cosa da un vuelco y me veo a un montón de pájaros trinando en mi jardín, prometo hacérmelo mirar. Seguro que se han equivocado de nido.
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