El título de este post podría referirse a Michael Fassbender y la enorme tranca que luce en la película Shame, para regusto de muchas y muchos. Podría, pero no. Porque esta mi Bestia no es un elemento de ficción, sino algo que existe, asusta y hace daño.
La Bestia es el tren (o mejor, sistema ferroviario) que cruza México y llega hasta la frontera de Estados Unidos. En estos trenes se suben habitualmente un número descontrolado de viajeros, muchos de ellos procedentes de Centroamérica, pero también del propio México, que encuentran en esta forma de locomoción la vía rápida para alcanzar el paraíso prometido. La avalancha de inmigrantes es tal que, a muchos, no les queda otro remedio que ir medio descolgados de los vagones o del techo del tren, lo que ha causado ya un número indecente de caídas, con mutilaciones y muertes incluidas. Pero la masacre es casi una anécdota si lo comparamos con lo que sucede dentro de las entrañas de La Bestia, donde reina la corrupción y el mal en estado totalmente impuro.
Mujeres que han viajado en esos atestados vagones cuentan abrumadas las violaciones y abusos a los que han sido sometidas, sin apenas nocturnidad, por compañeros de viaje carentes de escrúpulos y moralidad. Y no solo por ellos: en los también llamados trenes de la muerte, además de los inmigrantes, viajan miembros de las mafias y los cárteles de las respectivas regiones por las que atraviesan, bien instruidos en el arte del chantaje, el secuestro y todo tipo de crímenes. Esta "raza" es la que se dedica a robar a los pasajeros lo poco que tienen, convirtiéndoles, no solo en rehenes momentáneos, sino en fuentes de ingreso por si, en caso hipotético, consiguieran llegar a su destino. Menudo panorama: vivir permanentemente chantajeado, amenazado con un presente horrible y un futuro incierto tras cometer el único pecado de haber osado habitar, aunque solo sea una vez y de paso, las entrañas de La Bestia.
Todo es tan surrealista y macabro que hasta se cuentan episodios de trabajadores del propio tren compinchados para "sangrar" a los viajeros. De nuevo el perro flaco y las pulgas como elefantes. La inmigración ilegal es sinónimo de desprotección total: imposible pedir ayuda a quien tiene la misión de detenerte y enviarte de nuevo al infierno, aunque, después de la experiencia, el averno carcelario y la pobreza absoluta posean hasta connotaciones amables.
Somos conscientes de que en este primer submundo estamos fatal. No seré yo quien lo ponga en duda, sobre todo después de leer las historias de miseria que pueblan los periódicos durante los últimos meses. Pero también deberíamos ser capaces de mirar un poco más allá y darnos cuenta de que hay sitios donde el sufrimiento es todavía más intenso. No se trata de buscar consuelo para las penas propias, pero sí de encontrar justicia. Porque al drama de emigrar simplemente para comer, se une la peor travesía del desierto que pudiera experimentar un ser humano. Una pesadilla de la que, como en el caso de las pateras, los balseros etc., siempre sacan partido un puñado de villanos muy espabilados, con la complacencia de autoridades encantadas de mirar para otra lado.
En el caso de La Bestia, hay hasta una estupendo documental de Pedro Ultreras, ahí, al alcance de todos, para que cualquiera pueda ver en imágenes lo que los demás no somos capaces de explicar con palabras. Y sí, es un testimonio demoledor que se va a quedar en ello, en crónica de sucesos, porque siempre hay una excusa justiciera para no desarticular el entramado: competencias territoriales, ilegalidad migratoria, sobornos no declarados.... Nos convertimos en espectadores de la tragedia sin que se nos mueva un pelo, a todo lo más, se nos atuse la resignación. Tampoco es tan raro. Tres cuartos de lo mismo ocurre, por ejemplo, con los feminicidios, un repugnante espectáculo de horror y pavor que se repite en las narices, ya no de México, que lo asume como un trozo de espinaca que se le ha quedado entre los dientes, sino del todopoderoso Estados Unidos, con su FBI, su CIA y su secretísima inteligencia. Pero imagino que todos estos encorbatados señores, expertos en el uso y abuso de las armas, tendrán cosas mucho más importantes e interesantes que hacer que descubrir quiénes se dedican a practicar el tiro al blanco con mujeres. Con miles de mujeres.
Se me llena la boca a la hora de criticar a esas gentes que han decidido que la vida pase por ellos y no ellos por la vida. Individuos a los que les encanta desgañitarse en Twitter y otras redes contra las injusticias del mundo pero que, a la hora de la verdad, y cuando toca actuar, son incapaces de mover un dedo para defender sus derechos ni a los suyos. Sin embargo, he de reconocer que, muy a mi pesar, todo este espectáculo de bestias gigantes y pequeñas bellas acaba siendo solo eso: un espectáculo. Tan real como la vida misma. ¿El único consuelo? Que alguien descubra, a través de posts como éste, el mundo al otro lado del espejo.
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