lunes, 27 de mayo de 2013

A Dios rogando

Estos días he estado en Córdoba y, cómo no podía ser menos, me tocó visita rigurosa a la Mezquita. Una de las más hermosas construcciones árabes en España que resulta que ya no se llama oficialmente mezquita, sino Sana Iglesia Catedral de Córdoba. Aunque entre el "populacho" siga imponiéndose el nombre árabe, el que consta en el registro es el sobrenombre católico, para mayor gloria y boato de la curia apostólica y románica.
Y esto es así porque en el años 2006, gracias a una normativa del gobierno de Aznar según la cual la iglesia católica puede registrar como suyas propiedades que no pertenecen nominativamente a nadie, el obispado de la ciudad andaluza se quedó con la obra cumbre de la ciudad por un módico precio de 30 euretes, lo que costó el papeleo del registro. Así, con dos ostias. Es más, los 8 eurazos que te cobran por darte un garbeo van destinados, según todos los indicios, a nutrir las arcas de la iglesia española, imagino que con el objetivo último de dar lustre y esplendor a ese voto de pobreza del que tanto alardea pero que tan poco predica. Eso sí, si a la Mezquita le salen goteras, no van a ser los sacerdotes quienes se arremanguen las faldas y se pongan a instalar pladur con martillo, aunque sin hoz: será el erario público, a través de la Junta de Andalucía, quien se ocupe de cualquier reforma o mantenimiento de la edificación, es decir, lo que venimos siendo todos. Mientras tanto, la muy católica Iglesia a disfrutar de las vistas y a poner el cazo, que para eso son los elegidos de Dios.
Ahora que Aznar amenaza con volver, una no puede menos que recordar insignes logros de su época de mandatario como ésta, en la que la que se le permitió a la comunidad eclesiástica rebuscar entre los inmuebles, encontrar cualquier patrimonio de la humanidad e inscribirlo en el registro sin que el funcionario pudiera decir ni Pamplona. Aun más: el gobierno de Aznar les concedió a los obispos el privilegio de no hacer públicas las adquisiciones, así que si en un par de años nadie las reclama (evidentemente no tenemos por qué saber que alguien ha metido su santa mano en lo que es de todos), la Iglesia se las lleva de rositas para sacar pingües beneficios de las mismas. Esto es lo que vendríamos a llamar "un regalo del cielo".
Supongo que el mercadeo entre el PP y el gobierno conservador español ha sido, no solo impropio, sino incluso diría yo que ilícito, porque, en caso contrario, no entiendo cómo unos señores de negro por fuera tienen tan cogidos de los huevos a otros señores negros por dentro. Porque si el tema éste de la Iglesia y los inmuebles, del que casi todas las formaciones políticas prefieren no hablar, huele a podrido,  más deprimente resulta que en pleno siglo XXI todavía estemos pagando los favores recibidos y debamos plegarnos a absurdas leyes educativas que establecen la religión como materia puntuable en la escuela pública y laica o a normas tan retrógradas como la futura ley del aborto que prepara Gallardón, cuya relación con la Conferencia Episcopal debe de ser complicada tirando a tétrica.
Volvemos a los tiempos de Cine de Barrio, con películas en blanco y negro, toros los domingos y novios cogidos de la mano, no vayamos a agarrar lo que viene siendo una teta y tengamos que ir a Londres a recuperar la honra mancillada. Y lo más curioso es que todo este regreso al pasado está orquestado por dos señores que en su tiempo fueron casi progres. Juro por lo más sagrado (la catedral de Córdoba) que he leído cosas del ahora ministro de Educación Wert antes de que ocupara el cargo que le ocupa y resultaba sensato, inteligente y hasta irónico. De Gallardón no he leído nada, pero no se me ha olvidado que, para muchos, era el bastión más a la izquierda del PP. Sí, ese mismo individuo que ahora va por la vida de irracional y misógino.
Pero se ve que los dirigentes de esta nuestra Iglesia tienen el poder de convertir en carca todo lo que tocan, y a estos dos individuos les tienen que haber tocado mucho. Aunque no solo a ellos, porque la vieja reivindicación de los partidos de izquierda de la separación de facto entre Iglesia y Estado nunca ha acabado por producirse y ahí siguen los dos, unidos frente a la corrupción y retroalimentándose de un chantaje que el resto de mortales nunca llegaremos a entender del todo. Casi mejor así.
Recuerdo que la primera vez que estuve en la catedral de México me contaron la historia de la bella pirámide india contruida justo debajo y como, a determinada hora, un rayo de sol se cuela y apunta directamente a la cúspide de la joya azteca. Me pareció una bonita venganza. Luego me enteré de que no hay tal pirámide, sino un espacio dedicado al juego de pelota y una ciudad enterrada, por lo que los constructores de la catedral no es que fueran a fastidiar, sino que se pusieron a levantar muros en la parte más llana porque les resultaba más fácil. Aun así, las leyendas son las leyendas, y a mi, las que insisten en castigar a los que se quedan con lo que no es suyo, me parecen de lo más entrañables.
Ni la educación, ni la dignidad de las mujeres ni parte de nuestro patrimonio cultural, herencia de los pueblos que nos han hecho lo que somos, pertenece a la Iglesia católica, por mucho que deseen apropiarse de ello y robarnos la integridad. Aunque seguro que eso al papa Francisco, tan  humilde él, ni le va ni le viene. A nosotros tampoco nos viene, pero seguro que se nos seguirá yendo.


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