sábado, 25 de mayo de 2013

Volver

Estos días he estado tan ausente como presente José María Aznar. También he ejercido de fantasma de las Navidades pasadas (quien me conoce sabe por qué), una actividad curiosa y que, al final, pone muchas cosas en su lugar. Pero eso es otra historia.
Debido a mi no presencia, tampoco he visto la entrevista televisiva al ex presidente. Algo meditado y buscado, porque Aznar es un personaje que, directamente, me produce escalofríos. Tampoco es que esté yo para sufrir cambios bruscos de temperatura ni contemplar absorta entrevistas que dan mucho miedo y más pavor.
Sin embargo, sí he leído los reportes en prensa, tanto de medios del grupo Prisa como "de la acera de enfrente", lo que me ha llevado a hacerme mi propia composición de lugar de lo que este señor ha soltado por esa boca. Palabras a las que, por cierto, les hemos dado mucha más importancia de la que se les debería suponer, como si no tuviéramos acontecimientos lo suficientemente trascendentes ante los que rendirnos.
Muchas vueltas se le ha dado a lo que dijo el presidente de honor del PP, como si, en realidad, su discurso no fuera ni más ni menos que un acto premeditado de venganza. Y las historias que se inventó para justificarse y justificarla no tienen demasiado que ver con su realidad, ésa de ricachón ensalzado por sus amigos trepas, amamantado por corporaciones de dudosa moral y arropado por un entorno familiar cuya concepción del mundo es, como poco, peculiar. Su actitud es la misma que en los años de gobierno de Felipe González, donde esparcía insultos y provocaciones en el Parlamento cual matón en el patio del colegio. Ahora ha decidido ejercer de oposición de su propio partido en los mismos términos, seguramente movido por rencores muy personales.
Respecto al supuesto regreso de este hombre a la política, que tanto ha dado que hablar, se trata simplemente de una reducción al absurdo si tenemos en cuenta que, en realidad, jamás se fue y que su deseo íntimo (y ahí entra solo la percepción de una servidora) sería convertirse en el presidente de la III República de España, sueño que comparte con Esperanza Aguirre. Menuda guerra de hienas. Todo lo demás -la conveniencia o no de su vuelta, su éxito o su fracaso etc- se explica con la simplísima teoría de las segundas oportunidades.
Ya hablé en su día de por qué no soy muy afecta a las segundas oportunidades, aunque, claro está, todo tiene sus matices. Para que algo así tenga éxito es necesario que cambien tres parámetros e, incluso, los tres a la vez: la persona, el ambiente y el proyecto. Resulta imprescindible que el individuo no aborde sus historia tal y como lo hizo la primera vez, sino modificado en sus sustancia, renovado, con otras ideas y otras perspectivas y un bagaje lo suficientemente rico para ser consciente de los errores que cometió, buscar las razones de las equivocaciones que se produjeron a su alrededor y crear el firme propósito de no caer en ellas. Asimismo, lo ideal es no volver al escenario que perpetúe los recuerdos, ni siquiera a la gente que supo de tu historia y la compartió como actor secundario (o terciario): sería deseable buscar nuevos lugares, otros ambientes y diferentes personas que no nos juzguen ni estén esperando el fallo para pasarnos ese hombro envenenado en el que llorar. Y, por último, el tercer y no menos importante factor, el proyecto. De ninguna manera se pueden continuar las cosas donde las dejamos, simplemente inaugurando un nuevo capítulo de la misma historia o poniendo parches que escuezan al quitarlos (en las relaciones sentimentales, tener un hijo): hay que afrontar la etapa con ideas nuevas que ilusionen, vivir episodios diferentes. Y esto resulta increíblemente difícil, porque con las mismas personas y el mismo ambiente se tiende al continuismo fatal.
Perdonar a los demás y perdonarse no basta. Principalmente porque el perdón es un recurso sencillo, una herramienta de moralidad católica al que no damos la suficiente importancia: pedimos perdón con la seguridad de que el otro va a correr un estúpido velo sobre nuestra falta sin darnos cuenta de que nadie tiene por qué disculparnos si no quiere. O puedo hacerlo superficialmente pero no íntimamente. El perdón, por tanto, no arregla situaciones sino que maquilla decepciones. Reemprender una misma historia basándose en un perdón subjetivo y una supuesta madurez que está en las palabras, pero no en los hechos, nos predestina a un fracaso total, a que, con el tiempo, las situaciones se repitan, las dudas vuelvan, las culpas resurjan y, en este caso, los odios personales se nutran del antes y del ahora.
En el caso de Aznar, nada de lo de antes ha cambiado para garantizarnos que la supuesta vuelta de este señor tenga unos mínimos de progreso y democracia. Este individuo sigue pensando que su gestión política es la mejor de nuestra historia reciente, sin admitir que nos encontramos donde nos encontramos en gran parte debido a sus ansias de poder, a su manera indecente de impulsar la burbuja inmobiliaria y hacer la vista gorda y/o fomentar la corrupción en la administración y su propio partido.
También hay que señalar que el ambiente del señor Aznar sigue siendo el mismo, rodeándose de aquellos amigos sin escrúpulos a los que, si la justicia metiera la mano que debiera, lo mismo acabarían todos en el trullo jugando al Monopoly.
Por último, José María Aznar es un hombre sin proyecto. Insisto en que su único proyecto es la venganza: contra la izquierda, contra su propio partido que, según su parecer, lo ningunea cuando debería estar adorándolo como al dios de la tableta de chocolate, y contra todos los españoles, que no sabemos apreciar lo que aún tenemos en casa. El resto de su discurso son lugares comunes sobre la crisis y el progreso que bien podría compartir cualquier formación de izquierda o hasta el dueño del bar de al lado de mi casa: palabras de sentido común que, en ningún momento, auguran que sean llevadas a la práctica.
Contribuir al resentimiento del ex presidente poniéndolo como adalid de las causas perdidas en foros y púlpitos es, sencillamente, un ancronismo. Principalmente porque este señor nunca fue defensor de nada salvo de lo suyo y de los suyos, como nos demuestra la situación que vivimos en la actualidad. Siempre he dicho que es muy peligroso darle poder a un hombre con complejos porque lo utilizará para vengarse, y creo que Aznar nunca fue el más "popular" (con perdón) de la clase ni mucho menos. Una persona así, que se concibe a sí mismo como protagonista de un regio retrato ecuestre, de salvador de la patria, lo debe de pasar muy mal cuando hay quien en su partido le empieza a mirar por encima del hombro y hasta coexisten medios (algunos en su día muy afines) que casi cada semana destapan sus tropelías y las de sus partners in crime.
Creo, sinceramente, que José María Aznar es una persona muy nociva para España. Pero también pienso que su amenaza de volver no fueron palabras esparcidas al aire y que si no reflexionamos y no nos ponemos las pilas, nos vamos a llenar de mierda. Más todavía.


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