Se nos va el actor Willy Toledo a vivir a Cuba. Eso al menos cuentan los periódicos, para regocijo de los internautas, cuyo comentario más repetido es el archifamoso "tanta paz lleves como descanso dejas". No sé yo si será para tanto.
Conocí a Willy Toledo hace algunos años, después de su etapa en la serie Siete Vidas. Y he de decir que me cayó bien. Me pareció un tío divertido, sensato, de trato agradable, aunque ya entonces dejaba entrever que se trataba de un hombre complicado. No estoy segura de que la convivencia o la pervivencia a su lado sean la mejor de las recetas para la felicidad eterna, pero insisto en que se trata solo de una primera impresión. Con el tiempo, este actor que nos parecía tan majete cuando lo veíamos en la tele al lado de Javier Cámara, empezó a transformarse en un rojo de los de manual de entreguerras, tan colorado que parecía granate, adalid de las causas más escoradas a la izquierda, muchas de ellas igual de polémicas que de justificadas.
El problema de Willy Toledo, de cara a la opinión pública, es que todo la ventaja que le puede dar su pensamiento lo pierden sus formas. Da la impresión de que está perpetuamente cabreado y de que, en lugar de razonar, vocifera. También es cierto que se trata de un personaje público, lo que lo sitúa siempre en el ojo del tornado que él mismo se encarga de convertir en huracán. Dirá que son los medios los que hacen carnaza de cada una de sus proclamas, pero está claro que a él le va la marcha. Mucho
Como todos aquellos que dictan sentencia desde un púlpito, es lógico que Toledo despierte odios y simpatías, aunque más de los primeros que de los segundos, incluidas las filas de la izquierda. Su vehemencia asusta y disgusta; podemos admitir que alguien intente darnos lecciones, pero difícilmente que lo haga gritando, en actitud demasiado agresiva como para suscitar algo diferente al rechazo o la perplejidad. Me refiero, por supuesto, a cómo lo puede percibir la mayoría que espera otro tipo de actitudes mucho más comedidas de nuestros rostros conocidos. Entendemos que en el fondo digan lo mismo, pero agradecemos que las formas transmitan más amabilidad que ferocidad.
En todo caso, nos guste o no, Willy Toledo, un hombre que, que se sepa, no ha hecho daño a nadie, está en su derecho de decir lo que quiera y profesar la ideología que le plazca. También a mudarse a Cuba o a Albacete, según le convenga. Recordemos que no es el primero de nuestros artistas prófugos y que hace ya bastantes años tuvimos en huida permanente a Marisol, la entonces novia de España, y a su muy rojo amor Antonio Gades, cubano de adopción, que también las liaba pardas. No creo que haya hacer mofa y befa ni debamos rasgarnos las vestiduras por unos o por los otros en tanto en cuanto se trata de una decisión personal que a la mayoría, en lo privado, no nos afecta.
Yo misma he ido de visita a Cuba en dos ocasiones, la primera de ellas para intentar analizar qué fue y qué es hoy la revolución. Lo que se ve es lo que hay y no lo que debería haber, porque sería digno de estudio imaginar en qué consistiría una Cuba sin ese invento hediondo llamado bloqueo que, solo por su mala e injusta praxis, convierte a la administración estadounidense en uno de los grandes delincuentes del planeta. Ateniéndome a los hechos comprobados, he de constatar que yo soy mucho más de Camilo Cienfuegos que del Che, muy guerrillero y nada político, o de Fidel, poco guerrillero y algo más político; que las artimañas de Fidel Castro para perpetuarse en el poder absoluto son dignas de estudio y un ejemplo de lo muy arteras que pueden llegar a ser las relaciones internacionales y que, como todo los regímenes, el castrismo tiene su lado bueno y su lado no tan bueno o incluso peor.
Recuerdo que, por ejemplo, cuando visité el Museo de la Revolución (yo sola paseando por aquellos pasillos), encontré varias fotos que señalaban, como uno de los grandes males de la época de Batista, el ejercicio indiscriminado de la prostitución. Basta con salir a la calle hoy mismo en La Habana para descubrir que pretender que la revolución ha acabado con esta práctica es un eufemismo de los gordos. Aunque eso sí, si algo no se le puede criticar al castrismo es que haya triunfado en su propósito de igualar a la población, aunque sea por abajo. Muy por abajo. Al contrario de lo que ya parece acto de fe universal, es totalmente incierto que en la época de Batista no se estudiara y ahora sí o que no hubiera sanidad y ahora sí; lo que ocurre es que antes estaba mal repartida entre las diferentes clases sociales de factura capitalista y ahora está convenientemente distribuida en solo dos: la exclusiva clase dirigente y la mayoría de la clase social empobrecida por una gestión discutible y, sobre todo, por el mencionado embargo, consentido y jaleado entre la comunidad internacional, la España del PP incluida.
Vivir en Cuba no es ningún chollo para nadie, aunque comprendo que si eres actor el abordaje es diferente, ya que hay mucha cultura interpretativa y una escuela cinematográfica donde han estudiado alguno de los grandes directores de nuestro país. Por lo demás, estoy convencida de que resulta demasiado fácil desencantarse del régimen en cuanto lo conoces de primera mano y compruebas que ya no se trata de la utopía casi cinematográfica que fue, con grandes protagonistas y mejores hazañas, sino de lo que es ahora, con unos gobernantes asentados en la duda existencial y un pasado que retroalimenta a muy duras penas un presente destinado a desaparecer.
El panorama que seguramente se encuentre Toledo en Cuba es el de un país absolutamente dependiente de sus aliados latinoamericanos y, en especial, de Venezuela, en tanto en cuanto China actúa a su conveniencia. Y a poco que a Maduro se las pongan complicadas, la alianza está destinada a fracasar. En ese caso, con el castrismo en caída libre, tenemos varias posibilidades; de ellas, la que yo más aborrezco es la de una isla convertida en otro Puerto Rico, un chollo para los Estados Unidos en tanto en cuanto están deseando meter mano a la perla del Caribe (¿por qué si no no acaban de desmantelar Guantánamo a pesar de las promesas electorales?).
Soy muy fan de la revolución que fue, no tanto del país que es ahora. Pero un pasado mítico no es suficiente razón para mudarse a un país: la vida se hace en el presente y mirando hacia el futuro. Dice Willy Toledo que está harto del capitalismo. Y yo, y aquel, y el de al lado. Hasta la señora que limpia el portal de mi casa tendría mucho qué decir al respecto. No sé si pretende seguir luchando contra el Estado al que considera opresor desde la lejanía o nos deja la causa en casa, para que la defendamos nosotros como bien podamos. Lo que sí tengo claro es que, al margen de sus opciones y decisiones y a diferencia de quienes tanto le critican en las redes, yo estaría encantada de que Willy volviera. Me gusta con actor y hasta considero que es un escritor decente. Y como no me voy a tomar jamás una cerveza con él, tampoco me hallo en posición de cuestionar nada más: ni sus actitudes ni mucho menos sus pensamientos o su conciencia.
Buen viaje y, cuando quieras, vuelve. Aquí seguiremos nosotros, con nuestras cositas. Como siempre...
Gracias a Wily Toledo acabo de leer el mejor análisis de la revolución cubana, con pinceladas de la situación en Latinoamérica. Me gusta que no nos hagamos trampas en el solitario y recordemos lo que dices de la prostitución en Cuba; ni olvidemos el machismo con tintes de homofobia que desplegó Maduro en la campaña, o el enorme crucifijo que presidía el féretro de Hugo Chavez...
ResponderEliminarY eso, aquí nos quedamos nosotros con un capitalismo fracasado. unos comiéndose el ladrillo y otros viendo como desaparecen sus ahorros para salvar a la banca.
¡Qué razón tienes compañero! Nunca encontraremos respuesta si antes no nos hacemos las preguntas. Pero eso tú ya lo sabes...
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