A raíz del tristemente célebre caso de las chicas retenidas, violadas y torturadas en una casa de Cleveland, la prensa estadounidense se ha hecho eco de los métodos empleados por su captor para lograr la sumisión de las secuestradas. Lógicamente, el listado de aberraciones oscila entre lo malo y lo peor, dejando en mantillas a lo que sería una cámara de los horrores. Por consiguiente, los medios del país de autos han empezado a rebuscar símiles de torturas y, voilà, han llegado hasta la Inquisición española.
Juro que estos días he leído en algunos portales yanquis semblanzas de Torquemada que darían pavor hasta al mismísimo Iker Jiménez. En ellas, además de desglosar la triste figura del férreo individuo, se recogían los métodos empleados por los guardianes de la fe y la moral durante el período más negro de la historia de España, con permiso de otros varios en tono gris marengo. Que no venga luego el gobierno quejándose de la influencia de la marca España: ahí tenemos al público estadounidense, deseoso de recibir noticias gore, embobado revisando nuestros grandes hits. La letra con sangre entra, ¿verdad, señor Wert?
España ha sido un país bastante prolífico en episodios poco edificantes, algunos muy recientes y, sin embargo, pasados por alto. No voy a entrar en muchos detalles, pero ahí tenemos el ejemplo de los campos de concentración de republicanos españoles en Francia y el norte de África durante la guerra civil. Cualquiera que presuma de saber un poco de la contienda tendría que haber leído las experiencias de nuestros compatriotas en aquellos lugares. De hecho, si yo fuera un director de cine y tuviera dinero (ciencia ficción pura y dura) dejaría de darle vueltas al tema de los maquis, las mulas y los muleros y me centraría en encargar un buen guión que contara lo que pasó en aquellos campos, sobre todo los del norte de África, los grandes olvidados de esta memoria histórica que no existe bajo semejante epígrafe si tenemos en cuenta el hecho indiscutible que la memoria solo puede ser individual; es la historia lo que es común. Ah, y si me sobraran el tiempo y las ganas, también escribiría una novela corta sobre las historias de los niños españoles enviados a Rusia. Juro por Stalin que lloraría hasta Mourinho.
La tortura puede ejercerse de muchas maneras diferentes. Recientemente hemos visto las acusaciones vertidas contra Ríos Montt por los genocidios de Guatemala, que nos han dejado a todos con los pelos de punta. Sería un ejemplo de tortura física y psicológica, la doble T que también infligen determinados depredadores sexuales sobre sus presas. Es la forma de tortura más habitual si tenemos en cuenta que resulta casi imposible causar dolor físico de tal magnitud sin originar dolor psicológico, salvo que la persona se encuentre incapacitada para experimentar sentimientos, lo que implicaría una actividad cerebral muy baja.
Sin embargo, sí se puede ejercer la tortura psicológica sin extremarse en lo físico. Por ejemplo, el acoso laboral, el miedo al despido, los desahucios, las amenazas contra las libertades, las detenciones sin motivos aparentes, los recortes a los derechos sociales, el robo del dinero de todos, la violencia psicológica en el seno de las familias etc. ¿Nos suena? Contemplando el listado, podemos concretar que nuestra situación actual no es precisamente para tirar cohetes y que estamos sometidos a una presión que se escapa bastante de lo mínimamente tolerable.
No obstante, da la impresión de que nuestro nivel de sufrimiento es muy elevado, que nos hemos acostumbrado tanto a que nos den palos que creemos que nuestro estado normal es seguir así, recibiendo estopa día tras día. He visto a gente incapaz de salir del bucle infinito del acoso laboral, hasta el punto de creerse que eso es lo habitual, que incluso tienen suerte por estar donde están (?), autoconvenciéndose de que lo que hay fuera de las paredes de su empresa es mucho peor. Mi experiencia me dice que no hay nada peor que el sometimiento, personal y profesionalmente, a quien te hace daño, aunque, en el fondo, todos seamos excesivamente comprensivos con la rendición por motivos de supervivencia. Pero el esfuerzo por sobrevivir a cualquier precio tiene un coste demasiado alto. Y tarde o temprano acabamos pagándolo.
Hoy mismo, viendo las noticias (sí, todas malas o regulares) me he preguntado hasta dónde puede un individuo soportar tantos ataques directos y amenazas indirectas, porque eso es lo que recibimos cada minuto desde todos lados, enormes "hondonadas de ostias", como diría aquel entrañable personaje interpretado por Manuel Manquiña en Airbag. No hace falta que nos aten con grilletes ni que nos empalen para ser víctimas de la tortura atroz: nuestro sufrimiento es continuo y, probablemente, será el legado que dejemos a nuestros hijos. Además, no parece que nadie vaya a abrir una puerta a golpes para rescatarnos. Están demasiado ocupados haciéndonos la puñeta.
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