Lo confieso: nunca he acabado un libro de autoayuda. Voy a ser más sincera aún: jamás he leído un libro de autoayuda. Tal vez porque no me gusta que me digan cómo tengo que pensar y sobre todo que me lo cuente alguien a quien no me han presentado y de quien desconozco los meritos que atesora para impartir doctrina al margen de los apuntados en la solapa de su obra. Una cosa es acudir a terapia con un profesional cualificado que te dará las herramientas para encauzar tus problemas y otra muy distinta perderse en las estanterías de las librerías esperando encontrar en ellas el Santo Grial que encauce tu vida sin más referencia que un título de campanillas.
De hecho, no conozco a nadie que se haya convertido en rico después de leerse un manual de cómo hacerse ídem y tampoco me he topado con personas que rezumen felicidad tras empollarse sendos libros sobre cómo alcanzar la dicha. Hay quien hace suyas alguna de las frases contenidas en estos volúmenes de autoayuda y las suelta sin pudor en charlas de sobremesa, pero al margen de eso, insisto, jamás me he encontrado con alguien a quien una lectura así le haya cambiado la existencia.
Tal vez mi reticencia a entrar en contacto con tanta sabiduría se debe a que, en una ocasión, y ya ha llovido desde entonces, me crucé con un escritor que se había hecho rico con manuales de este tipo. El hombre estaba encantado de conocerse y en cierto modo asumía que había dado con la piedra filosofal casi de casualidad y que, si la gente tragaba, mejor para él. No había necesitado seguir ninguna de las premisas que defendía; tan solo aprovecharse de la ingenuidad de los demás. El conocer a alguien así (que, dicho sea de paso, sigue vendiendo libros a patadas) te hace desconfiar de todos los que comparten especialidad con él. Y no digo que entre ellos no haya gente muy válida y preparada, pero una es desconfiada por naturaleza y no lo puede evitar.
Mucho de lo que se dice en estos libros es de sentido común y sin duda le vendrá bien a quien tiene dicho sentido averiado. El resto, muchas veces, son conclusiones a las que podremos llegar nosotros mismos tras momentos de reflexión. Luego nos propondrán técnicas, métodos de relajación, formas de visualización.... No sé. Yo soy de lágrima fácil -ya lo he dicho más de una vez- y en alguna ocasión he probado un par de técnicas para no rozar el ridículo cuando la lagrimita amenaza con saltar. Imposible. Ya puedo bajar hombros, recrear la escena más bonita de mi infancia, ir hacia la luz... que si las circunstancias externas me superan, la lágrima fluye y el ridículo asoma sin pudor.
Una es que es más de sensaciones: lugares que me hacen sentir bien, otros que me agobian; personas con las que me encuentro muy a gusto y otras que me despiertan un profundo rechazo. Y puedo formar en mi cabeza mil frases de autoayuda y otros cuantos refranes populares que si algo o alguien me produce incomodidad me la seguirá produciendo aunque pierda la memoria.
Personalmente opino que, a pesar de que todos necesitemos en determinados momentos frases y pensamientos positivos, nosotros siempre seremos nuestra mejor fuente de autoayuda. Nosotros, los profesionales cualificados para ello y la gente que nos quiere bien. No hay como contarle un problema a un amigo que sabes que te aprecia para notar que, a lo mejor, el asunto no es tan grave. Tal vez no tengas la solución, pero el verbalizarlo con alguien consigue que la carga sea más llevadera. Del mismo modo, cuando la vida te juega la mala pasada de encontrarte con un (o una) jeta que aprovecha cualquier vehículo a su alcance para hacer efectiva su sagrada misión de fastidiarte, el dejar de mencionarle en las conversaciones, el intentar no pronunciar su nombre, hace que, poco a poco, desaparezca de tus pensamientos y puedan entrar otras gentes que lo merecen más. Es casi ley de vida.
Resumiendo: que a lo mejor algún día consigo abrir un libro de autoayuda y que no se me caiga de las manos tras el prólogo (si es así prometo promocionarlo en letras de neón). Es posible que también lo consiga con una novela rosa o una de vampiros. Pero, mientras tanto, seguiré profesando mi admiración a los filósofos clásicos y a los padres de la psicología y, sobre tod, a esas historias policiacas que tanto me gustan y donde corre la sangre. Siempre y cuando se trabajen la lógica, claro. Es curioso, pero conozco a muchas mujeres afines a este tipo de literatura mucho más que a esas novelas de amor y lujo que nos venden especialmente redactadas para nosotras. Quizás el crimen sea el verdadero género femenino. Vaya usted a saber...
El mejor libro de autoayuda, el único que sirve, es la Biblia, incluso para quien piense que no es sagrado. Al fín y al cabo es muy viejo, y cuando hace dos mil quinientos años ya te decía eso de "No hay nada nuevo bajo el sol" y "Vanidad de vanidades, todo es vanidad", pues vas viendo cuánta razón tiene.
ResponderEliminaryo la verdad detesto que algunas personas vayan por la vida diceindo como se tienen que comportar las personas frente a determinadas situaciones, asi con aire de superioridad. creo que si quieres ayudar al proximo, la mejor forma de hacerlo es simplemente escuchandolo!!!. la mayoria de la gente se siente mucho mejor una vez q saco a flote eso q tanto lo inquietaba. por algo tenemos una boca y DOS OIDOS.
ResponderEliminar