Ya tenemos campeón a los puntos en las elecciones de Perú, por mucho que le duela a la bolsa limeña, que menudo batacazo se ha pegado. A partir de ahora, la situación política del país andino promete ser la caña: a un lado del ring, Keiko Fuimori, la hija de su padre, perdedora por décimas; y al otro, Ollanta Humala, el ex amigo de Chavez y ahora de Lula o viceversa.
Ninguno de los dos tiene un pasado de los que pueda estar orgulloso. A Keiko la precedía su labor de Primera Dama en uno de los mandatos más corruptos de la historia reciente; Ollanta arrastraba fama de golpista y oportunista. Pero las urnas han hablado y, de paso, separado el país en dos facciones que, ahora mismo, parecen irreconciliables: team Fujimori vs. team Humala.
Un país como Perú, lastrado por conflictos sociales que parecen de difícil solución, con un historial de malos gobiernos, generales que se hacen fuertes en la selva, comunidades empobrecidas y una economía sometida a los vaivenes de las infames decisiones políticas se postula, a priori, como difícil de gobernar. El bipartidismo al que han llegado ha obligado a la población a decantarse por uno u otro (los intelectuales hacia Ollanta, la farándula con Keiko y así hasta el infinito) viendo solo las virtudes del propio y las miserias del contrario. Seguro que a más de uno le suena esta situación.
Tras observar cómo se manejan las campañas políticas por aquellos lares, algo queda claro: todos quieren ser Lula. Pasamos del ídolo Chavez al icono brasileño en un tris, como quien cambia de marca de cerveza. Hasta Evo Morales recula en los últimos tiempos, no vaya a ser que le lluevan más palos de los que ya le han caído. De todos es sabido la admiración que Humala sentía por el mandatario venezolano. En cierto modo se entiende: una continente tan dado a las revoluciones es proclive a seguir al caudillo. El problema es que estos movimientos políticos empiezan bien y acaban fatal, con el adalid de izquierdas convertido en un dictador fascista y autista. Además, hay que calibrar lo que pensará de nosotros la comunidad internacional, poco afecta a pasar por alto las malas compañías.
Descartado Chavez, el que mola es Lula. No voy a entrar en lo bueno y lo malo de su mandato, que sin duda hubo de todo. Lo que perdura, además de su gestión, es que el pueblo le pidió aquello de "no nos falles" y el hombre hizo lo posible por cumplirlo. Un asunto que, en los tiempos que tocan, no es baladí. Otro mérito que lo destaca entre los profanos en la materia es que no ha pretendido eternizarse en el poder aunque haya colocado de rondón a su favorita. Pecado perdonable teniendo los vecinos que tiene, que empiezan siendo demócratas y acaban convertidos en reyezuelos.
El señor Ollanta se llevó con él a un asesor brasileño para que le dejara la campaña alicatada. Tampoco es que haya hecho milagros, porque los resultados fueron tan apretados que habría que recurrir a la photo finish. Por lo menos, la ascendencia brasileña ha conseguido que la comunidad internacional lo mire con benevolencia. Otro gallo cantaría si la afortunada en esta lotería política hubiera sido Keiko. Menuda cara se nos hubiera quedado a los no peruanos con la llegada de otra Fujimori al poder.
Me fascina la política Iberoamericana y lo que ha ocurrido en Perú tiene más miga de las que nos creemos. ¡Y la que tendrá! Por mi parte, de aquí a septiembre asumo otra labor pendiente: actualizar mis conocimientos sobre Argentina, bucear en sus años oscuros, el surgimiento de Los Montoneros y un par de cosas más que llevo apuntadas en la agenda. Y que la señora Kirchner no nos de ningún disgusto antes de que yo les haga una visita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario