El debate de si España debe ser una monarquía o una república es intrínseco a nuestra historia, así que, por mucho que se empeñen fans y detractores de la institución, la polémica continuará presente durante varias generaciones. Si hacemos un repaso del pasado, nos fue mal siendo una monarquía y siendo una república, igual que hubo épocas muy buenas estando sujetos a ambas formas de gobierno. Ni para ti ni para mí.
Personalmente, no tengo nada contra el rey ni su familia. Llevan tanto tiempo intentando convencerme de que el monarca es muy campechano que al final me lo he creído. Vamos, que no me importaría tomarme unas cañas con Su Majestad si se tercia, aunque me da a mí en la nariz que no se terciará. Volviendo a lo que importa, insisto en que mi aversión hacia los Borbones es nula, pero no puedo decir lo mismo de la institución en sí. El monarca, originariamente, tiene atribuciones por derecho divino, lo cual no me cuadra. Para un ateo ya es difícil creer en Dios como para convencerle, además, de que ese Dios, si llega a existir, ha elegido a una persona entre los millones que somos para dotarle de dádivas varias, incluido el poder de gobernar. No cuela.
Entiendo que hubo un tiempo en que la separación de poderes era una entelequia, cuando la religión regía el mundo y donde Papas y reyes mandaban al alimón y cortaban el bacalao sin pudor. Pero aquello pasó y no encuentro razón lógica para que una dinastía asuma el derecho de gobernar una nación por imposición divina. En todo caso, y siendo extremadamente generosos, deberíamos someter a una especie de prueba de actitud a quien le toque reinar. Un examen mediante el cual el pueblo soberano decida si esa persona está capacitada para calzar corona. A dicho argumento no faltará quien responda: "para lo que sirve un rey... como si no ha pasado de primaria". Esto, obviamente, es una tontería, pero puedo comprender que cuando a los niños se les propone participar en un concurso denominado "para qué sirve un rey", alguien no parece muy convencido del tema.
No obstante reconozco que en España no nos podemos quejar mucho. En la Constitución que se votó y aprobó en 1978 hay un bello artículo que define a nuestro país como una monarquía parlamentaria. Vale que yo no la voté sino que lo hicieron mis padres, pero nadie puede negar que el rey que nos adorna ha sido elegido democráticamente. Ajo y agua. Es cierto que en aquellos momentos no había de otra, que teníamos un dictador que mandaba mucho y había impuesto su elección, que nuestro sentido democrático estaba en pañales y no nos encontrábamos tan indignados como ahora, pero es lo que hay. La transición tuvo cosas buenas y malas, pero, afortunadamente, existió, lo que no es poco.
Cada vez que se intenta cambiar algún artículo de la Constitución tiemblan los cimientos de nuestro país, Valle de los Caídos incluido. Si esto pasa con las disposiciones más endebles, si no hay acuerdo para modificar algo tan arcaico como la sucesión sexista en la Corona, no quiero imaginarme la que se puede montar si queremos que este país sea republicano de facto. Lo cierto es que no cambiaría mucho (a otras naciones les va de cine con el dúo Presidente y Primer Ministro) pero, paradójicamente, aquí seguimos fiándonos menos de los políticos que ha elegido el pueblo y más de los que, supuestamente, ha escogido Dios. Nuestras razones tendremos.
Dicho esto, no me gustó nada, pero nada, la reacción del Príncipe días pasados cuando se le acercó una ciudadana afecta a la República. Fue más propia de un niño mal criado que no soporta la idea de que le quiten el chollo de su vida. Tendría que haber sido listo y, si quería entrar al trapo, hacerlo con argumentos. Si no "muchas gracias por tu sugerencia" y a seguir viviendo de la suerte histórica que le acompaña. Pero es bueno para todos que pasen estas cosas, que el debate esté en la calle y crezca. El hecho de ver tambalearse tus privilegios hará que te esfuerces más por mantenerlos. Una situación que para mí no es la ideal ni de lejos, pero sí la menos mala. Y ya es mucho.
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