No, no me he equivocado y he puesto una "y" donde debería ir una "i". Porque al restaurante El Bulli de Ferrán Adriá no he ido y está claro que no iré, así que paso palabra. Yo lo que pretendo es rendir un sentido homenaje a la Bully, esa furgoneta de nuestros amores, tan hippy y pinturera que se hizo famosa como vehículo icónico allá por los sesenta.
La verdad es que ver una Bully me da subidón. Tal vez porque me recuerda a una época que no llegué a vivir y, por lo tanto, de la que no puedo catar sus sinsabores que seguro hubo. Para mí representa una revolución de paz y amor, un sentido de la libertad casi perdido y unas ganas de vivir que ya lo quisiera más de uno en los días de fiesta.
Sin embargo, antes de eso, la Bully era un reclamo de clase alta. En cuanto dio el salto de Europa a Estados Unidos se convirtió en la mascota de los hijos de papá californianos, esa panda de rubiales surferos que surcaban las olas en la playa de Santa Mónica. Ellos fueron quienes verdaderamente la convirtieron en símbolo. Luego, con el movimiento hippy, llegó el reciclaje: de los niños y de su furgo. Al grito de tonto el último, los surferos se reciclaron en melenudos que predicaban las excelencias del movimiento antiguerra y las comunas. Es fácil imaginarse a aquellas bandas de desarrapados (no lo digo yo, que se ve en las fotos, ¿eh?) embutidos en la Bully con sus guitarras, sus hierbas y sus colocones varios. Ellos fueron los que transformaron un serio vehículo alemán en una alegría para el cuerpo: flores, colores y más flores. El templo de la felicidad.
Hoy la Bully es toda una filosofía de vida: tenerla implica gusto por los viajes, por la vida al aire libre, por ejercer la libertad propia y respetar la del otro. Una especie de doctrina antisistema familiar. Hay que tener mucho cariño a este viejo vehículo para sacarla a pasear sabiendo que tardarás una hora en recorrer veinte kilómetros, que la dirección asistida brilla por su ausencia y que va muy lenta de frenos. Pero el amor es lo que tiene y uno no deja de sacar su furgo a la calle igual que no deja de pasear con su pareja por mucho que la hayan cambiado los achaques. Carretera y manta.
Ahora Volkswagen pretende sacar una nueva Bully. En realidad no es ella, sino él. Un monovolumen al que así, foto de prototipo en mano, me lo imagino como coche ideal para ama de casa con posibles camino del super. Y no, no es lo mismo. Aunque supongo una vuelta a los orígenes porque en realidad, la que todos conocemos nació también como vehículo de compañía de pijos y aledaños.
Dicen que este nuevo invento llegará en 2015. Estaremos atentos para ver cómo lo tunean y customizan las generaciones venideras. La Bully se merece seguir siendo un símbolo. Nunca habrá otra como ella.
La Bully tal y como la conocemos
El nuevo Bully
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