Cuando una relación acaba puede hacerlo de dos modos: de mutuo acuerdo, lo más deseable, o por decisión de una de las partes. En este último caso, la parte que decide cortar (A) reanuda su vida liberada y feliz mientras que la parte abandonada (B) comienza una existencia errática anclada en el sufrimiento, en la culpa y en el resentimiento.
A recupera rápido la ilusión, una ilusión que siente le pertenece por derecho aunque haya sido construida sobre el dolor de quien hasta ese momento ocupaba su corazón. B no consigue recuperarse. No es capaz de aprovechar las oportunidades que le da la vida porque tiene miedo a sufrir y porque sabe que ninguna persona con la que se encuentre va a ser A, ni va a oler como A ni le va a tocar como A (probablemente esta actitud kamikaze cause mucho daño a quien se tope con él). No se da cuenta de que eso es precisamente la magia de los seres humanos, que todos somos distintos y podemos despertar en el otro resortes completamente opuestos. B, en su fuero intierno, se sigue sintiendo enamorado, pero el amor no es eso. El amor terminó con la relación. Lo que B busca es recuperar las emociones que un día sintió y ser la persona que fue y a la que contempla con mejores ojos que a aquel en el que se ha transformado. Se convierte en un yonkie emocional, siempre intentando revivir los sentimientos que experimentó y cuyo despertar atribuye a una sola persona. Imposible convencerle de lo equivocado de su teoría. No es capaz de entender que se ha anclado en una inmadurez emocional que no le está permitiendo salir adelante. Sí tiene razón en algo: es imposible olvidar a las personas que han pasado por nuestra vida, pero también es nuestra responsabilidad darles única y exclusivamente el lugar que merecen en cada momento. No hacerlo implica lanzarse a la deriva sentimental.
A es perfectamente consciente del precario estado en el que ha dejado a B y de que su recuperación jamás será total. Sabe que con solo chasquear los dedos, B correrá a su lado gozoso y feliz, intentando revivir tiempos que para él siempre fueron mejores. Y cuando el ego de A pasa por momentos bajos y necesita ser halagado, no lo duda: acude a B para que le recuerde que no hay nadie como él, que siempre estará allí, dispuesto a quererle y darlo todo por rememorar pasadas alegrías. Le dejará crer que él lleva la batuta cuando en realidad quien ha tomado las decisiones siempre ha sido A. Ambos se necesitan, aunque por diferentes motivos igual de egoístas. Y se vuelven a unir. Probablemente acepten rápidamente responsabilidades que los aten más de lo debido. Y más probablemente aún, A se vuelva a sentir encerrado, viviendo una vida que no le gusta junto a una persona a la que ya no ama. Pero aguantará, porque este segundo fracaso perjudicará su prestigio social y, sobre todo, por orgullo. Mientras tanto, B se dará cuenta de que es imposible revivir el pasado, que las emociones no son las mismas, que ellos tampoco son los mismos, que está enjaulado en una existencia que ya solo le da placer físico y a veces tampoco. Que el amor no es eso. Valorará y lamentará las oportunidades que dejó escapar. Pero los dos aprietan los dientes y siguen hacia delante, buscando la dicha en otros lugares o actividades e intentando olvidar que no solo se están haciendo infelices a ellos mismos sino también a quienes les rodean y que madurar implica aceptar el pasado como fue, disfrutar del presente y confiar en que el futuro te depare la mejor de las sonrisas.
Sin embargo, sí creo que hay ocasiones en las que las segundas partes funcionan. Cuando ambos tienen la valentía de dar carpetazo a los suyo, aunque duela, y siguen hacia delante perdiéndose en otras vidas, otros cuerpos, otros sabores y otros lugares; emamorándose y desenamorándose; disfrutando y sufriendo junto a otros y construyendo su propia historia. En este caso, si sus caminos se vuelven a cruzar, se reconocen y entienden que se necesitan, liberados ya de lo que un día tuvieron, es totalmente legítimo que se vuelvan a unir y disfruten de esta segunda oportunidad que les da la vida. Pero lo que diferencia este caso del anterior es que los dos parten en igualdad de condiciones, no desde la base de que uno quiere y el otro se deja querer a ver qué pasa. Que uno decide cortar y volver mientras el otro se deja ir buscando únicamente ungüento para sus heridas. Y lo que acontece es más sufrimiento, más insatisfacción y mucho más rencor. Y ninguna historia de amor merce acabar con rencor.
Recuerdo ahora aquel poema tan ñoño de Wosdworth (corrían tiempos cursis) que lee Natalie Wood al final de la película Esplendor en la hierba, cuando se da cuenta al fin de que ya no puede revivir la relación que tuvo con el personaje de Warren Beatty. Este pequeño texto es una lección para todos aquellos que se enfrenten a una segunda parte:
Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba.
Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores, no hay que afligirse.
Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.....
Dicho lo cual, cada uno tiene todo el derecho del mundo a buscar su felicidad como pueda y con quién pueda. Mi opinión es solo eso, una mera opinión que expongo a raíz de una conversación reciente. Pero ya todo el mundo sabe que las historias de amor no son precisamente mi fuerte y que no seré yo quien le diga nunca a nadie lo que tiene que hacer.
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