Menuda la que hemos liado con nuestros pepinos. La señora Merkel, a la que España le debe de oler como a nosotros las tiendas chinas, a ese desinfectante perfecto para limpiar afterhours, nos tiene una manía fina y, claro, cualquier cosa que pase en la Alemania de sus amores es culpa de los primos pobres. Podría elegir entre alguno de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia, España) pero a esta mujer siempre le cae la ficha en la piel de toro. Así nos va.
No digo que a ella en particular se le haya atragantado el pepino, pero ya es casualidad que, para su gobierno, España sea siempre la mala de la película. Y no una mala rumbosa como Lewis Hamilton, sino todo lo contrario. Vale, no somos rubios, no somos altísimos, pero tenemos una gracia que no se puede aguantar (yo no me incluyo, porque la chispa la debo de tener allá donde amargan los pepinos, valga la redundacia). Y aun así no nos quieren, amigos. Antes de los pepinos la excusa era que trabajábamos poco. Estos debieron de haber visto una peli chunga de Pajares y Esteso y se quedaron con la copla del español gorrón todo el día tirándoles los trastos a las recias muchachas del norte. Haciendo amigos.
La señora Merkel tiene un problema fetén en casa que no sabe resolver. A la E.coli que han parido por aquellos lares le ha salido barba en un par de días y ya se cree la prima de Chuck Norris. Los científicos no se explican el origen de esta superbacteria y han empezado a investigar cual House, husmeando las neveras de los afectados que deben de estar ordenadas en compartimentos listos para el reciclaje, que en eso los alemanes son muy suyos. Ayer se inclinaban por el agua embotellada como villana de turno, no vaya a ser que le echemos la culpa al queso y se nos enfaden los vecinos franceses, que Sarkozy tiene un pronto muy malo.
Pero el daño ya está hecho y aquí tenemos a nuestros agricultores, a los que bien poco les interesa la vida de su señoría Merkel, comiéndose los pepinos hasta como tropezones para los yogures. A lo mejor es que estamos pecando de rencorosos. Reflexionemos, porque a ver quién es el guapo que, teniendo un problema serio, no ha querido echarle la culpa al colega gafotas. Somos pobres, vagos y feos, perfectos para convertirnos en diana de los más majetes de Europa.
Me ha encantado el tema del día en Facebook, ése que instaba a la plebe a convencer a Nacho Vidal de que hiciera una visita a Doña Angela y le contara para qué sirve un pepino. Ya sabemos que el roce hace el cariño y, a lo mejor, la presidenta acaba llevándose bien hasta con Zapatero. Bueno, tampoco hay que exagerar, que este hombre bastante tiene con lo que tiene y solo le faltaba una Angela Merkel ejerciendo de suegra putativa.
Esperemos que dibujen pronto el árbol genealógico de la bacteria tocapelotas y, sobre todo, que no llegue a España. Porque si aparece por aquí, señores teutones, tendremos muy claro de quién sería la culpa.
P.D.: Voy a ponerme seria porque eso es lo que se me da mejor: me causa mucha desazón la polémica entre Edurne Pasabán y Juanito Oiarzabal. Que me perdonen los montañeros, pero los rescates en alta montaña se han convertido en un circo mediático para lucimiento de quien se cuelga los galones de superhéroe. En este caso me da igual quién tuviera razón; es una pena que se desvirtúen los valores de compañerismo, esfuerzo, superación y generosidad que encierra el ascenso a las grandes cumbres. Las peleas de patio de colegio hacen un flaco favor a un deporte que siempre se ha alimentado de gestas míticas y del sufrimiento de extraordinarios deportistas. Ya lo he dicho (si no, no me quedaba tranquila).
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