Históricamente, los intelectuales de izquierda se han partido el pecho por dos opciones de movilización de masas: la revolución o la evolución. La revolución engloba el componente romántico, la espontaneidad, la lucha (armada o no) y el todos a una por un objetivo común. La evolución implica la educación de la clase obrera y el trabajo en las escuelas para formar al pueblo en la igualdad, la cultura, el derecho a disentir y las virtudes de contar con un criterio propio.
La diferencia fundamental entre ambas acciones es el timing. Mientras la revolución implica inmediatez y, en muchos casos, su buena dosis de improvisación, la evolución demanda tiempo, paciencia y un grupo notable de gente entregada a la educación de las masas. Una labor de años, incluso generaciones, en la que es muy fácil decaer y tirar la toalla cuando vienen mal dadas. Personalmente, creo que lo cortés no quita lo valiente y que revolución y evolución pueden ir de la mano. De hecho, el modelo cubano, por ejemplo, se basa en esos dos parámetros.
El inconveniente, como en tantas grandes ideas de la izquierda incluido el marxismo en sí mismo, es que los pilares son perfectos: la igualdad del pueblo, el reparto de la riqueza... Todos ellos aspectos tan deseables como deseados. El fin, insisto, es precioso, pero el camino para llegar a él debe ser durísimo, porque siempre se acaba desvirtuando. Y aquí no falla tanto la idea como las personas que se nombran a sí mismos salvadores de la patria.
Los espectadores de este tipo de movimientos pasamos inevitablemente de la ilusión inicial a la decepción final. Es curioso cómo unos ideales tan generosos en su origen acaban creando dictadores cuyas acciones contradicen sus palabras y discursos. Sin embargo, resulta evidente que toda revolución social, para triunfar, tiene que evolucionar hasta convertirse en un movimiento político. Movilizar a las masas está bien en un principio, pero debes entrar en los cauces políticos y democráticos si quieres que la acción triunfe, algo que contradice, muchas veces, el origen de la actividad revolucionaria.
Me viene a la cabeza la labor del Subcomandante Marcos en México, que todos contemplamos extasiados en su día y que algunos acertamos a entrever en directo. De repente todo el universo conocido estaba pendiente de lo que ocurría en México, sabía las condiciones en que vivían los indígenas en Chiapas y recibían puntuales informaciones de lo que se cocía en el interior de la selva Lacandona. Marcos y los suyos hicieron un gran esfuerzo para crear una revolución social que lo dirigentes de medio mundo contemplaban atónitos, no vaya a ser que el tan traído efecto mariposa moviera sus alas en San Cristóbal de las Casas y acabara derrocando al gobierno de la India, por poner un ejemplo.
El empeño de Marcos de no entrar en política adormeció sus logros, algo a lo que contribuyó también el que dejara de generar noticias y, por lo tanto, de ocupar espacio en los medios de comunicación. Muchos ensalzaron su figura tan rápido como la olvidaron. Personalmente me resultó decepcionante esta involución, pero a lo mejor es que el zapatismo optó por la evolución, algo que, a día de hoy confieso desconocer. No sé qué labor están haciendo en las escuelas: es más, soy del todo ignorante respecto a si desempeñan algún papel en las mismas, aunque creo que sería coherente que lo hicieran.
Muchos de nosotros aborrecemos los clasismos. Pero sí entendemos que la diferencia de clase no está en el dinero ni en la posición social, sino en la educación. Esto es lo que verdaderamente distingue a un ser humano del otro. Evolucionemos todos y, si procede, abracemos la revolución. ¿Por qué no?
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