Hace años, mi mejor amiga y yo sosteníamos idéntico dilema sin resolución. Ni ella ni yo sabíamos a qué grupo adscribirnos. No éramos pijas, no éramos macarras, tampoco carcas.... Solo podíamos definirnos como "gente normal". Esta no adhesión a ningún bando nos despertaba cierta desazón, una especie de falta de identidad al considerar que no había colectivo alguno que representara lo que éramos o cómo nos sentíamos. Nos veíamos como los niños en el colegio cuando no logran integrarse en ninguna pandilla. La sensación ha pervivido desde entonces, aunque reconozco que en el camino me he topado con gente como yo, lo que llamaría personas normales, vamos. Pero coexistiendo con mi especie también he encontrado a otras criaturas que no dejan de asombrarme: los camaleones.
Reconozco que siempre se me ha dado fatal ir de pelota y que otro gallo me cantaría si hubiera sido más afecta al halago fácil y al elogio superficial. Pero si algo o alguien no me gusta, ya puede hacer el pino con las orejas que mi no afecto va a seguir ahí, inasequible al desaliento. Es algo intrínseco a mi personalidad y tengo que vivir con ello, qué se le va a hacer. Tal vez por eso me llaman tanto la atención esas gentes capaces de mudar de piel y hasta de ideología según el grupo en el que se encuentren. Si se colocan a tu vera no habrá nadie más parecido a ti, hasta el punto de que habrás creído encontrar tu alma gemela. Claro que, al rato, los ves en el bando contrario fundiéndose con la masa y haciendo suyos criterios diametralmente opuestos a los tuyos. Les observas reír chistes sin gracia y no puedes evitar pensar cuál será su yo verdadero o si lo hay.
Para algunos, esta forma de ser es una ventaja. A mí no me convence. Nunca sabes si la persona que se dirige a ti es la real o no. Reconozco que constituye una cualidad muy valorada en la clase política, pero verla en personas de a pie me produce cierta inquietud. En lo que sí me quito el sombrero es en el trabajo de campo que realizan los camaleones: observan, escuchan y se acercan a ti cuando están seguros de que se encuentran en posición de decirte lo que quieres oír. No llevan la voz cantante, no se implican, no te hacen la pelota directamente... pero te cuentan justo lo que quieres escuchar. Y tú, claro, en la gloria.
El problema de los camaleones es que es complicado mantener tantas ficciones durante mucho tiempo y es fácil pillarles con el paso cambiadao. Cuando ves su verdadero rostro te das cuenta de que, de todos los que habías podido intuir, era el que menos te gustaba. El golpe es duro, pero al fin reparas en que hay otros muchos "animales de compañía" más amables y leales.
El ser "normal" tiene esas cosas, que no entiendes a la gente que cambia de pelaje según el tiempo y el entorno. Los de Gran Hermano soltarían aquello de "eres un falso" y se quedarían tan anchos. Yo no los definiría como falsos porque está en su naturaleza (bastante tienen con reírles las gracias a los diferentes bandos y caracteres con los que se topan; un trabajazo) pero sí como poco auténticos. Y las personas poco auténticas acaban quemándote.
El otro día tuiteé (qué verbo tan florido) una frase que me salió del alma al pensar en una colega que, como tantas otras cosas en mi vida, me causa cierto desasosiego. No sé por qué, pero cada vez que hablo bien de alguien o dirijo palabras amables al aire, piensa que estoy elocubrando sobre ella y nada más lejos de la realidad. En su caso, tiene todos los números para convertirse en una camaleona de libro. Está aprendiendo, pero camina por la senda correcta. En fin, que ahí dejo la frase: "Si vas por la vida de mascota de Paris Hilton, no te quejes cuando te tiñan el culo de rosa". Bonita de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario