domingo, 22 de enero de 2012

Buenos propósitos

Hay por ahí una campaña de marketing viral ante la que no me queda más remedio que quitarme la diadema. Si la observamos sin entrar en detalles profundos, parece solo una buena acción con tintes de solidaridad, de ésas que te tocan la fibra y te dejan pensando que un mundo mejor es posible. Me explico: al parecer, 500 directivos de Danone, de los de traje, corbata y portátil, emplearon su convención anual, llamada también jornada outdoor, en ayudar a restaurar y reconstruir un pueblo español y hacerlo más sostenible. Que nadie me diga que esto no es bonito. Ver a un puñado de jefes (por cierto, ¿de dónde sacan tantos?) dándole a la azada, con la brocha gorda en mano o pasando el mocho es como para que se te caiga la lagrimita de la emoción. Y si encima el objetivo es dejar al municipio de Avià, en la provincia de Barcelona, alicatado y listo para concursar en el certamen Mejor pueblo de España, apaga y vámonos. El argumento de Qué bello es vivir, al lado de esto, semeja un drama carcelario.
En resumen, mis felicitaciones para el equipo creativo que ha parido semejante idea, y mis besos en los morros al de marketing por sus tejemanejes. Y es que la cuña con los señores y señoras directivos, ataviados con mono y sudando la gota gorda, ha pasado por diferentes programas, incluso los que no tienen nada que ver con información pura y dura. Quiero decir que lo mismo nos lo cuelan en Aída, entre grito y chillido, y nos quedamos, nuevamente, obnubilados. Eso sí es una campaña publicitaria y lo demás, notas a pie de página.
Vivimos en una época en la que trabajar tiene un coste psicológico y emocional. La posibilidad de perder un puesto laboral nos acogota, angustia y amilana, con lo que muchos profesionales se ven obligados a desempeñar trabajos que no les satisfacen al lado de gente que les cae rematadamente mal. Esto pasa y pasa mucho, tanto que ya nos hemos habituado a ver como normal lo que puede ser una auténtica tragedia laboral y hasta personal. Laboral en el sentido de que resulta relativamente sencillo perder la ilusión y el amor por una profesión que un día te pareció la octava maravilla. Y personal porque, lo quieras o no, lo notes o no, una situación precaria, que soportas la mayor parte de la jornada y casi durante toda la semana aunque intentes abstraerte, se convierte en un tsunami que arrasa tu vida íntima. Lo habitual es no darnos cuenta y, por supuesto, no admitirlo; pensamos que nos encontramos a salvo de todo mal y somos capaces de proteger nuestra historia personal de la pesadilla laboral, pero los malos rollos afloran desde el subconsciente y no nos damos cuenta hasta que la tormenta ha amainado, algo que puede ocurrir incluso años después. Quiero decir que, en situación semejante, es tan fácil tomar decisiones equivocadas como no darse cuenta de ello. Y con decisiones equivocadas me refiero a de todo un poco: desde gastos inusuales hasta destructivas huidas hacia delante en busca de la nada pasando por cosas tan habituales como refugiarnos en personas que creemos que nos ofrecen la calidez y el consuelo que necesitamos. Hasta que viene el sentido común disfrazado de lobo y con un soplido tira abajo nuestra torre de Babel que, en realidad, era una caseta de paja. Algo me dice que las relaciones que comienzan a alimentarse partiendo de una desgracia (sobre todo cuando ésta es de índole personal) no acaban bien; fundamentalmente porque en cuanto el problema se va y la cordura vuelve, podemos mirar el asunto con la objetividad que no tuvimos y darnos cuenta de que hemos metido la pata hasta la braga náutica. Y a ver entonces quién es capaz de desandar lo andado, pedir perdón por la locura transitoria y volver a empezar. Para los cobardes será muy tarde.
La crisis tiene esos efectos colaterales. Tal vez dispongas de un trabajo y una nómina a fin de mes, pero, a lo mejor, te pierdes a ti mismo en el afán de conservarlo o, simplemente, dejarte llevar sin alzar la voz. Creemos que, fuera, el mundo nos va a machacar y, sin embargo, no estoy en absoluto de acuerdo con esta apreciación. Personalmente, y hablo desde la experiencia, creo que hay una importante carga de adrenalina en el hecho de buscarse las lentejas, una especie de prueba continua que te hace cambiar, madurar y salir hacia delante. Pierdes el miedo, dejas atrás los complejos, relativizas muchas cosas (y a muchas personas también) y recuperas el orgullo de ser tú. Opino que es una suerte de viaje iniciático, una experiencia diferente, amarga a ratos, placentera en otros, pero que vale la pena interiorizar y descubrir. Y digo esto porque muchas de las experiencias que vivimos no nos sirven sino van aparejadas de una reflexión: podemos cambiar de pareja, recorrer el mundo solos, encontrar otros intereses... si no lo vivimos hacia dentro, hacemos un análisis de lo experimentado, nos preguntamos cosas, seleccionamos lo bueno y lo malo, etc. ninguna de estas, a nuestro parecer, transformaciones, nos servirá para madurar. Yo recomendaría a todo el mundo escribir acerca de lo vivido; releerlo tras unos días es como contemplarlo desde un prisma ajeno. Solo entonces caerás en la cuenta de muchas cosas. Y si no, bueno, siempre podremos seguir en nuestro bucle de experiencias que creemos extremas (en mi modesta opinión pienso que, a veces, puedes sacar mucho más partido de una charla con un amigo que de un viaje mochilero a los fiordos) y entretener con ellas a la concurrencia en una conversación de bar.
Yo sí creo que, en determinados aspectos, no hay que perder la fe. Fe en que existen trabajos mejores y que los podemos encontrar; compañeros encantadores con los que sea facilísimo compartir estrés; amigos a la espera de que se nos pase la pájara y nos decidamos, por fin, a recuperarlos; gente que esté más que dispuesta a echarnos una mano en el camino sin pedir nada a cambio.... En la noticia sobre Danone, los jefes parecen encantados de conocerse, de compartir esfuerzos y de estar haciendo algo por personas que necesitan ayuda. No sé si, una vez de regreso al despacho, lo único que querrán será meterle al de al lado el smartphone por el ojete, pero lo que veo me gusta, quiero creérmelo e, incluso, me lo voy a creer. Por variar pero, sobre todo, porque yo lo valgo.


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