martes, 16 de agosto de 2011

Avaricia

Dicen que la avaricia rompe el saco, y está claro que, en los últimos años, el ansia de recaudar ha destrozado, ya no el saco, sino la existencia de muchas personas.
En Betanzos, un rincón de Galicia al que recomiendo hacer una visita cuando el tiempo acompañe, hay un parque muy pintón lleno de laberintos y homenajes a tierras exóticas. En una de las paredes están grabadas en piedra las grandes virtudes del capitalismo y, entre las muchas y vistosas, aparece destacada la libertad. Es cierto. El capitalismo se fundó sobre la libertad del individuo de acaparar, comprar, vender y comerciar. Pero de aquellos barros vienen estos lodos. Es lógico que cuanto más se tiene más se quiera tener y, aunque la generosidad es un don, no todos los seres humanos han sido bendecidos con la dicha de compartir sino con el pecado de atesorar. Cuanto más mejor.
Personalmente, y es solo mi opinión, creo que el socialismo es una idea maravillosa. Sin embargo, tropieza con la característica inherente al ser humano de mirar más por sus dientes que por sus parientes. Un socialismo utópico se basa en la capacidad del pueblo de autogestionarse, pero este principio, en sí, parece un deseo baldío, porque a ver qué amplio colectivo tiene la disciplina y la constancia para funcionar de modo autónomo sin discusiones de relieve, mala gestión y, sobre todo, manteniéndose virgen del espíritu dictatorial que de vez en cuando alumbra a ciertos iluminados.
Lógico que el capitalismo haya campado a sus anchas. En principio, es un caramelito: si te esfuerzas, si eres listo y sabes dónde pisar (no digo a quién pisar aunque también), conseguirás aumentar tu riqueza y vivir como un marajá. Genial, si no fuera porque tu colección de Mirós, muchas veces, se asienta sobre el empobrecimiento ajeno. Además, el capitalismo vino con regalo: el sistema bancario, una cosa muy bonita que permite que unos pocos manejen el dinero de muchos. Las aberraciones ilógicas de un sistema lógico que todos tenemos en mente.
La avaricia ha llevado a los Estados a replantearse el funcionamiento del sistema, sobre todo de ese concreto, amparado por el capital público, que se ha dado en llamar Estado del Bienestar. Pero, claro, cuesta dinero, y ese dinero que no tenemos hay que inyectarlo en las arcas de los más ricos para que sigan financiando el cotarro y la rueda puede continuar girando. Dentro de todo el lodazal en el que está envuelta nuestra macroeconomía, uno de los hechos que más atentan contra el ciudadano es ese lanzamiento de globos sonda que, de vez en cuando, lanzan los gobiernos. Aquí, el secreto del éxito no está en que los bancos y las grandes corporaciones, que ostentan el mayor poderío económico, arrimen el hombro, sino en privatizar servicios básicos y cargarlos en las arcas de las economías domésticas. Alguien se olvida de que, día a día, con nuestro trabajo e impuestos, ya contribuimos a gestionar lo que nos corresponde por derecho. Pero no es suficiente. Nunca es suficiente.
Personalmente, me parece una traición y un atentando a los derechos civiles el que un Estado pretenda cargar sobre los bolsillos de sus ciudadanos, ya bastante agujereados, derechos esenciales como la Sanidad o la Educación. Es indecente. Puedo entender la desesperación de quienes nos gobiernan (ellos, los que se dejaron mecer en brazos de la economía de mercado y sus señores, tiene guasa), no que su gestión se asiente sobre el sufrimiento de la gente. La avaricia es mucha, pero mientras la peor cara del capitalismo siga arrasando principios y éticas, me temo que seguirá jarreando. Quizás, en el ínterin, como Saturno, incluso acabe devorando a sus hijos más mimados.


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