jueves, 4 de agosto de 2011

Talentos ocultos

Todos valemos para algo. Eso es indicutible. La incógnita está en descubrir para qué y, sobre todo, cómo hacerlo.
Hay personas que gozan de una vocación envidiable. Ya desde niños muestran su predisposición para desenvolverse en distintos campos de la vida  (buenos o malos, no voy ahora a meterme con quien se adentra en el lado oscuro). Solo necesitan un poco de destreza y suerte para desarrollar lo que en ellos es innato. Sin embargo, es mayor el número de aquellos que se pasan media existencia buscando para qué diablos les ha dotado la naturaleza. Y esto resulta, en muchas ocasiones, una tarea tan tediosa como ardua.
Conozco a alguien a quien, sobre todas las cosas, le encanta quedar bien. Tanto es así que ha acabado desarrollando el superpoder de quedar siempre como el culo. Es lo que tiene la vida que, a veces, buscando algo, descubres que eres muy bueno justo en lo contrario. Coñas aparte, muchas revistas, cuando les da por ahondar en teorías psicológicas, insisten en que el talento lo llevamos dentro y que basta con profundizar en nuestro interior y conocernos íntima y profundamente para cantar bingo.
No estoy de acuerdo. En mi opinión, el truco radica más en probar que en pasar horas meditando (o levitando) para ver si se aparece nuestro "spectrum patronu" que nos guíe hacia la verdad verdadera. Quiero decir que ninguno de nosotros sabe si se le da divinamente coser los bajos de las cortinas cuando nunca se ha puesto a ello; o masajear los pies si jamás lo ha intentando. La mayoría de nuestros talentos ocultos surgen así, de casualidad y cuando menos lo esperamos, y muchas veces por auténtica necesidad. La cuestión es tener la oportunidad y el deseo de ponernos a prueba y asumir que, en el intento, nos vamos a comer muchos marrones.
Es innegable que la mayoría de los seres humanos tenemos un elevado concepto de nosotros mismos y nos cuesta un montón reconocer que no sabemos interpretar los mapas. Nuestra soberbia es infinita. Fijémonos sino, por ejemplo, en el tema tan bonito de la reencarnación: cuando te metes en una de esas webs donde se dedican a adivinar tus vidas pasadas, resulta que todos hemos sido aristócratas, damas de las camelias, reinas egipcias y esclavos de los buenos, de los que lograban su libertad a base de gritar consignas y atizar mamporros. Lo vemos y nos sentimos tan ufanos, porque a nadie se le ocurre pensar que en otra época podríamos haber sido una mosca de ésas que se monta un festín encima de una boñiga. Somos lo mejorcito del universo, la crème de la crème, y si resulta que se nos da mal conducir un Fórmula 1 la culpa es del entorno, que nos tiene mucha manía. Pues a lo mejor lo que ocurre es que nuestro chip está programado para encalar paredes y no para echar carreras por los circuitos mientras un grupo de top models nos aplaude con fervor.
Es curioso el pánico que tiene el ser humano a equivocarse cuando el error, insisto, es la base del aprendizaje. Pero lo que tenemos en realidad es miedo a lanzarte y no poder rectificar, toparte con la imposibilidad de volver atrás y conseguir una segunda oportunidad. Quizás hayamos dejado escapar nuestros verdaderos talentos porque, en el momento en que se manifestaron, nos parecían poco interesantes, inseguros o muy mal remunerados. Y, mientras tanto, nos hemos dedicado a algo que nos hace sentir vulgares y muy poco realizados. No creo que la vida, por lo menos en este aspecto, nos niegue la oportunidad de volver atrás y recuperar el "toque". O tomar nuevos caminos después de abrazar una actividad que saca lo peor de nosotros. Igual que la amistad se demuestra defendiendo al amigo, la valentía lo hace asumiendo los pequeños retos y sabiendo que, como el Ave Fénix, todos sabremos, de un modo u otro y llegado el momento, cómo renacer de nuestras cenizas.

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