domingo, 14 de agosto de 2011

Norte y Sur

El debate entre qué es mejor, el Norte o el Sur, es una discusión obtusa que no lleva a ninguna parte. Como en tantas otras cosas, la belleza está en los ojos del que mira aunque, en este asunto, uno de los principales condicionantes sea el patrón sociocultural de cada uno.
Sin embargo, he de decir que hay en la televisión un anuncio de cervezas que me toca la fibra. Viene a describir a la gente del Norte como cuadriculada, sosa, apagada y adicta al trabajo; el Sur, por contra, es una fiesta continua, con gente guapa desbarrando por las calles de pueblos y ciudades, bailando aunque no haya música y viviendo un colocón perpetuo. El mensaje es que a veces es necesario un poco de Sur para poder ver el Norte. Sin quitar el fondo de la leyenda (resulta imprescindible un poco de fiesta y desbarre para conseguir llevar una vida centrada), la forma de transmitirlo, haciendo hincapié en ciertos estereotipos culturales, me chirría. No puedo estar más en desacuerdo.
Aun a sabiendas de que aquí nos gusta más una juerga que un joyón, he de decir que soy del Norte, me gusta el Norte y me siento muy identificada con todo lo suyo: sus paisajes, su carácter, su cultura... Pero voy más allá y me confieso casi (digo casi porque a lo mejor mañana cambio de opinión; sería toda una sorpresa) incompatible con muchos de los parámetros que conforman esa vida sureña que tanto atrae a las masas.
Quizás sea precisamente ese componente de masificación una de las cosas con las que no comulgo. Pero puedo hallar otros factores si me pongo: no tengo la chispa de los sureños, ni la entiendo ni comparto; tampoco simpatizo con esa marabunta de gentes paseando por calles estrechas a todas horas como si no hubiera un mañana; me pone de mal humor hacer cola para conseguir una cerveza, un día sí y al otro más; me sacan de quicio las procesiones interminables para llegar a las playas los fines de semana; no formo parte del culto a la litrona y la diosa maría, juntas o por separado (ya dije alguna vez que no me creo aquello de que el camino del exceso conduce a los palacios de la sabiduría); no soy capaz de pillar hebra en esas conversaciones futiles de mucha palabrería y escaso contenido; soy alérgica a los mosquitos y tengo una difícil relación amor-odio con el calor; no me va aquello de que el objetivo principal de salir sea ligar y no conocer gente... En fin, podía seguir pero, más o menos, esta es la idea. Y no digo que sea malo; simplemente que hay gente que comulga con estos principios y otra que no. Y yo va a ser que no.
No me gusta la lluvia ni el viento. La primera me pone melancólica y el segundo de muy mala leche. Pero incluso con ellos, me fascina recrearme en las brumas del Norte, en la lluvia que no moja pero sí cala, y veo cierto placer en pasear por caminos llenos de fango. Me encanta arreglar el mundo tomando un vino en cualquier taberna perdida donde apenas haya parroquianos, que aparezca un paisano con una guitarra y te regale una tonada sin esperar que le pagues por ello; soy casi adicta a las playas semivacías, donde no te enteras de la conversación del que tienes al lado, cuya vida te interesa nada o menos; me gusta comer mucho y bien a precios baratos; atreverme a entrar en la casa de los norteños sabiendo que si te abren la puerta y el corazón y, si les dejas, serán tus amigos leales de por vida; me identifico con su carácter introvertido y reflexivo, la retranca, la ironía y la sabiduría de quien se ha pasado mucho tiempo reflexionando en soledad; admiro los muros de piedras, recios y fuertes como la gente; las rutas de bares donde es fácil entrar pero de las que nunca quieres salir; la cultura del deber y el hacer; las personas de palabra, capaces de prometer y cumplir... Esto y mucho más es lo que yo admiro del Norte, aunque haya quien no esté de acuerdo en semejantes apreciaciones.
Sur y Norte tienen cosas buenas y malas, pero no todos estamos preparados para perdernos en lugares con los que jamás nos identificaremos. He conocido a sureños que han emigrado a tierras más septentrionales y la inadaptación les ha obligado a emprender el camino de vuelta. Y también conozco a quienes han hecho la ruta contraria. Va en el ser y en la personalidad de cada uno el encontrar su lugar en el mundo. Pero me niego a creerme los estereotipos que me impongan: el hecho de que la fiesta no sea la misma en el Norte que en el  Sur no quiere decir que no exista, es más, todo el verano está jalonado de saraos, festivales y parrandas de lo más variado. A lo mejor es que se vive de otra manera. Y no me creo que en el Sur sean todos unos vagos y se pasen el día dando saltos, bebiendo mucho y comiendo poco para lucir frescos y lozanos en los anuncios de cerveza.
En resumen, yo no necesito un poco de Sur para poder ver el Norte. Me basta con mirarme al espejo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario