Tremendos días los que estamos pasando, con nuestra prima de riesgo viniéndose arriba en cuanto nos descuidamos y miramos para otro lado. La prima ésta que nos ha tocado, y a la que no teníamos el disgusto de conocer hasta hace bien poco, nos tiene agarrados por las partes más blandas. Y eso sin que hayamos todavía llegado a un mínimo de confianza que le permita a ella hacernos tocamientos y a nosotros disfrutarlos.
No me voy a liar en asuntos económicos porque, entre otras cosas, no sabría cómo entrar y seguro que, ya puestos, por dónde salir. Imposible que me ponga a explicar en qué consiste semejante concepto de prima tan arisco y desconsolador. Como ya dije en una entrada anterior, con este susto continuo se nos ha caído un mito español: el de la prima del pueblo al que todo infante querría meter mano como paso previo a la edad adulta. Ahora, la muy cuca, se venga de tantos años de afrenta y se nos manifiesta en forma de nubarrón económico, destruyendo para siempre el mito de la adolescente buenorra que tanto ha colmado a los aspirantes a puros machos.
El empezar a ver la verdadera cara a los parientes tiene efectos secundarios. Por ejemplo, que nos demos cuenta de que este estupendo clima de paz y felicidad en el que vivíamos con los nuestros no era tal y que la familia que nos ha tocado se parece más al desbaratado clan borbónico que al alegre grupito de los payasos de la tele. España es un mala imitación de esas chuscas cenas de Navidad en la que los menos se enredan en grescas de sombrío pronóstico mientras los más se emborrachan para no contemplar tremendos duelos junto al espumillón y brotes verdes de violencia bajo el muérdago.
Dentro de este bonito panorama más parecido a Apocalypsis Now que a Qué bello es vivir nos hemos percatado de que, por ejemplo, la tan elogiada Transición tiene cuentas pendientes y que a nuestros políticos les falta la madurez de quienes han vivido largos años en democracia. Tenemos una Constitución relativamente nueva y unos gobernantes que todavía no han superado la bipolaridad que caracterizó al país durante sus años más negros y que luego evolucionó hacia un bipartidismo tan light en sus planteamientos como dañino en el fondo. A muchos de quienes ostentan cargos públicos los problemas les vienen grandes, y carecen de moderno referente patrio que les guíe por el buen camino. De ahí que parezcan que están dando palos de ciego y no sepan muy bien a qué santo encomendarse. Y no es que lo parezca; es que lo es.
Llevamos mal la Transición porque quizás el planteamiento encierra bastante de imperativo y menos de consenso, con un rey impuesto y una forma de organizar las cosas que a nuestros padres les venía totalmente de nuevas, pero al que se tuvieron que adaptar con la resignación educada en años de dictadura. A este país, aunque le duela, le falta cultura democrática y cierta dosis de rebeldía. Porque si bien es lógico que las propuestas de izquierdas choquen con un Parlamento Europeo y una Comisión dominada por las derechas, lo ilógico sería que las formaciones más progresistas se nieguen a pelear para lograr aquellos avances sociales que se les presumen solo porque entienden de antemano que van a perder (a la anterior legislatura me remito). Ahí es donde reside la esperanza blanca francesa encarnada en Hollande: de su éxito y el contagio del mismo depende que los grandes órganos europeos cambien de sesgo y en Europa vuelva a haber evolución y progreso económico lejos de las horrendas propuestas neoliberales. Si Hollande se trajina a nuestra prima, bienvenido sea a la familia.
Pero mientras nos ponemos mirando al Norte, aquí seguimos, haciendo el primo, dando palos de ciego, acatando sentencias que no deberíamos y plegándonos a una forma de gobierno que no es la nuestra ni nos la merecemos. Ayer recordaba alguien las palabras de un general que tienen mucho de proféticas: "Estamos al borde del abismo y hay algunos dispuestos a dar un paso al frente". Y no quiero señalar....
estamos " arreglaos"
ResponderEliminarme ha encantado tu blog
enhorabuena