Vaya por delante que me ponen en las narices una conspiración y bato palmas con las ídem. No es que me crea todo lo que me cuentan, pero es que a mí, eso de que Michael Jackson, Elvis Presley y Marilyn habitan la isla de Perdidos me da para un par de bromas y algunos chistes incorruptos, así que bienvenida sea cualquier teoría conspiratoria que pase por delante de la puerta de mi casa.
El problema surge en el momento en que dichos elucubramientos tienen visos de resultar reales. Más aún cuando, además de reales, parecen siniestros. Tal es el caso del famoso club Bilderberg, a quien nadie conoce de primera mano pero del que todos hemos oído hablar. Me refiero a ese grupito de mandamases que se reúnen una vez al año en algún lugar del planeta para decidir por dónde van a ir los destinos de la humanidad. Implacable y pavoroso.
No hay duda de que el affaire Bilderberg ha existido y existe. De hecho, disfruta ya de una longeva y lucrativa trayectoria: se dice que su nacimiento se produjo en mayo del 54 en el hotel Bilderberg de Holanda, teniendo a un tal Joseph Rettinger (sacerdote y masón, factores que llevan la conspiración de serie) como instigador y al príncipe Bernardo de Holanda como anfitrión. Aquella no fue sino la primera de una sucesión de encuentros cuyo secretismo ha llevado al resto de la humanidad a agrandar el mito de que estamos ante una organización de las gordas, y que si, por ejemplo, yo escribo este blog, a lo mejor es porque unos señores de muy alto copete han decidido que no supongo ningún peligro para los ricos y pudientes.
El listado de miembros de tan secretista formación es eso mismo, un secreto gordo. Se dice que están las grandes fortunas del planeta y algunos de los hombres más poderosos, entendiendo por ello quienes manejan las finanzas. La leyenda urbana cuenta que, por ejemplo, Tony Blair y Bill Clinton ganaron las elecciones en sus respectivos países solo tras ser invitados a una de esas reuniones en la que todo se decide. También que ha habido importantes miembros de la sociedad española convocados a los cónclaves (¿o debería decir aquelarres?), entre ellos Esperanza Aguirre y Pedro Solbes. Incluso se cuenta que Rajoy ha querido hacer acto de presencia para comprobar en directo si se corta el bacalao o se hace el gamba, y no le han dejado. Dicen que porque no sabe inglés. Algún requisito más le faltará, apuesto yo.
A mí, todo esto del Bilderberg y sus felices compadres me recuerda mucho al libro Diez negritos. Me los imagino ahí a todos, sentados alrededor de una mesa Luis XV, intentando averiguar quién es el asesino. No digo yo que se les vaya eliminando uno a uno en cómodos plazos, pero sí que la atmósfera debe de cortarse con una guadaña, ante tanta primera figura deseando entonar el do de pecho tras tocarles a los demás los bemoles.
Se cuenta también que quienes ante dicha mesa se reúnen deciden qué guerras empezar y cuándo acabarlas. De ahí el empeño en montarla donde hay petróleo, gas o importantes reservas naturales. También se ha llegado a soltar la serpiente de verano de que la crisis y todo el entramado de las hipotecas basura es obra suya, para enriquecimiento de algunos de los miembros de esta estupenda familia de pudientes. Según semejante orden de cosas, instituciones como el FMI o incluso la OTAN serían diabólicas ideas pergeñadas por unos hombres y mujeres que tienen la mala costumbre de reunirse una vez al año en un hotel de mucho lujo. Reunión de la que no trasciende nada, porque para eso los individuos interesados controlan todos los medios de comunicación del universo conocido. Qué conspirativo es todo.
¿Nos ponemos a dictar nuestras últimas voluntades o esperamos a después de las Olimpiadas? Teniendo en cuenta que cuanta menos información se genera más inventa el pueblo, siguiendo esta senda de mucho miedo ya va siendo hora de que alguien, con dos pedazo de pelotas, escriba una novela de intriga en la que los miembros del Bilderberg se acuchillen unos a otros sin que el culpable se manifieste. Ahí habría de todo: dinero, intereses políticos, intrigas económicas, movimientos sociales liándola parda y me juego la piel de un plátano, que hasta sexo.
Mientras alguien va dando forma a la idea que amablemente he postulado en estas líneas, un aviso: el bendito club Bilderberg se reúne este año de nuevo, parece ser que en Haifa. Si de mentes tan prietas han surgido serpentinas de destrucción masiva como la crisis económica, la guerra de Afganistán o las tiendas de todo a un euro, no quiero ni pensar lo que puede pasar por esas sesudas cabezas tras pisar territorio israelí. Esto sí que es el fin del mundo y no la tontada aquella de los mayas...
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