Me parece un tremendo error por parte del Partido Popular recortar gastos en la educación, máxime cuando no escatima millones a la hora de donar riquezas a causas bastante más inútiles, como puede ser ese entramado económico-especulador llamado Bankia. Desde pequeños siempre nos han inculcado que el robar a los ricos para dárselo a los pobres no es tal delito si se hace en pro del bienestar y la paz social; ergo, lo contrario es una de las bajezas más odiosas en las que puede caer el ser humano. Pero aquí tenemos a quienes hemos elegido por mayoría absoluta, quitando el dinero a los que menos tienen para sanear las podridas cuentas de los muchimillonarios. No me quedan adjetivos para definir la que sería mi opinión sobre el asunto.
La educación es un derecho recogido en la Constitución, como también lo son el derecho a una vivienda digna o el derecho a la libertad de expresión (sobre todo el que reclama Esperanza Aguirre, ¿verdad presidenta?), por citar unos cuantos. Tal parece que el PP quiere acometer reformas con el propósito último de cargarse de un plumazo toda la dignidad del Estado y de quienes lo habitan. Porque nuestro país, aun no ocupando un lugar principal en el listado internacional de lumbreras, siempre ha peleado por tener una educación digna, hasta tal punto que de nuestras aulas universitarias han surgido jóvenes sobradamente preparados que desempeñan altos cargos en compañías de medio mundo. Tanto así, que ellos van a ser, precisamente y por mucho que nos duela, nuestro valor exportador en estos críticos años. Porque si no tenemos una industria floreciente ni un comercio epatante, lo único que nos queda es el capital humano, el mismo que en estos momentos intentamos cargarnos a golpe de tijera.
Pero no solo eso: la evolución de un país se mide por muchos parámetros, siendo uno de los principales la educación de sus habitantes. Las medidas tomadas por nuestro gobierno no solo hunden a la educación pública en un abismo del que tardará en salir, sino que la convierte en un instrumento de segregación social. Es lo mismo que me decía el rector de la Universidad Complutense de Madrid, José Carrillo, y que el pasado verano conté en este blog. Según él, la subida de tasas universitarias que intentaba llevar a cabo Cameron en el Reino Unido no solo contribuiría a mermar el capital de las familias con menos recursos, sino que acabaría creando una sociedad de castas donde solo quienes tuvieran dinero podrían acceder a una educación de calidad. Lo que él y yo no sabíamos entonces es que estas mismas palabras serían perfectamente aplicables a España un año después.
Una de las razones por las que mi generación pudo acceder a la universidad es el sistema de becas. Yo misma estudié con una de una empresa privada (que hoy no me darían porque las compañías no están para muchos trotes). Quizás, si no la hubiera tenido, jamás hubiera escrito este blog. Sin embargo, en una elipsis difícil de entender, el PP, además de los recortes que traen de cabeza a la comunidad educativa, se ha sacado de los pies un sistema de becas que premia las notas sin tener en cuenta la renta. Una familia con recursos puede costearse los estudios de sus hijos sean éstos lerdos o genios; una familia pobre solo consigue hacerlo a través del esfuerzo continuo (en ocasiones desmesurado) y las becas. Si nos empeñamos en ponerles cortapisas, estamos condenando a la dejadez y la ignorancia a una parte cada vez más importante de la población, rendidos antes de batallar.
Tampoco me gusta la reducción del profesorado o el aumento de alumnos por aula, aunque he de decir que yo estudié con maestro prácticamente único y en clases de 45 adolescentes con las hormonas rebullendo y aquí estoy, sin daños colaterales importantes (al menos no por ese motivo). Pero entiendo que es un error dar marcha atrás a un sistema que ha ido intentando proporcionar, cada vez con más ahínco y éxito, una atención personalizada al alumnado, de lo que se han beneficiado todos, incluidos niños hiperactivos, con déficit de atención etc, que hoy son estudiantes muy capacitados.
Considero, en fin, un gravísimo error torturar la educación hasta dejarla en el esqueleto. Algo así como jugarte al póquer el futuro de tu país. Y en esto, como en tantas cosas últimamente, la banca lleva todas las de ganar.
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