El diseñador Tom Ford debe de estar, ahora mismo, alabando al creador en las alturas. Si lo que se pretende con una campaña publicitaria es lograr impacto mediático y que todo el mundo hable de ella, la verdad es que, dentro de las limitaciones que impone la política que sufrimos y la economía que padecemos, lo ha conseguido. Resumiendo: si el objetivo ha sido escandalizar, enhorabuena; el tanto por cien de población afecto al puritanismo se ha dado por escandalizado ante la visión de cuerpos semidesnudos. Tanto así, que la mencionada campaña, en la que aparecen modelos de muy buen ver (de ambos sexos) tocándose con intenciones claramente hedonistas, ha sido tildada de porno chic. Pues muy bien.
A mí esta expresión, porno chic, me parece incongruente en sí misma. Principalmente porque el porno, lo mires por donde lo mires, no es precisamente un dechado de elegancia, donde armoniosos cuerpos juegan a ensartases mientras suena música chill-out y los amantes recitan a Schopenhauer. Añadirle el apellido chic al nombre denota intentar darle un lustre del que carece, por mucho que nos pongamos finos. Ya lo intentaron algunos llamando al porno más suave erotismo. Sinceramente, para mí, una película erótica es una cinta con el mismo número de desnudos femeninos, menos vergas y unos diálogos que pretenden ser intensos pero que se queda en charleta de dos (o más) que se aburren -y nos aburren- mucho.
Confieso que he visto la campaña de Tom Ford y mi primera impresión así, tipo efecto electroshock, fue preguntarme qué demonios se anunciaba. Sin saber quién estaba detrás, lo primero fue pensar que, tal vez, lo que se publicitada era mobiliario para el hogar. Luego vi a una pareja en la que lo único que aparecían cubiertos eran los ojos, así que concluí que, quizás, el objetivo era promocionar gafas de sol. En mi investigación (meramente académica, por supuesto) pude contemplar otra instantánea protagonizada por un maromo con calzoncillos y ahí ya empecé a pensar que, a lo mejor, uniendo churras con merinas llegaba a alguna meta donde me esperaba un diseñador bastante avispado. Estaba claro que, en las fotografías, los hombres se entregaban al placer de no hacer nada y dejarse querer por las mujeres de buen ver que les acompañaban. Vale, se ven pechos. También en Vogue y ahí sigue, sumando lectores. De eso, a pretender que lo que se contempla son miembros ensartándose en agujeros más o menos negros, va un trecho.
Se quejan los críticos de que el ardid de Tom Ford presenta a una mujer sometida. Como si esto fuera una novedad. A ver cuántos anuncios de la televisión no ensalzan la labor de ama de casa y madre de familia. Es más, normalmente, las modelos que representan este estereotipo son señoras atractivas y, no por eso tildamos el spot de porno doméstico. A lo mejor porque el porno doméstico es otra cosa. La utilización de la mujer como instrumento al servicio del varón es pan nuestro de cada día, pero nos lo tienen que poner con fotos bonitas y mensajes subliminales para que se nos despierte el gen de la escandalera.
Hoy mismo, caminando por los pasillos del metro, me fijé en los anuncios de ropa de baño de una conocida cadena de moda. En ellos, la modelo muestra claramente una actitud que invita al goce, sola o acompañada, pero lo hemos visto tantas veces que ya nos parece normal. Tan normal como descubrir a la señorita Irina Shayk promocionando sostenes o a las chicas de Victoria's Secret dándonos alas. No digo yo que Irina no sea una mujer culta, preparada y con mil y un talentos, pero tampoco entiendo que sus poses, tirando a bastante vulgares, en sujetador y bragas, sean consideradas sexys y sensuales (e imagino que hasta feministas, ¿no?) mientras que a dos modelos que enseñan poco más que los maravillosos poderes del retoque fotográfico, se les acuse de protagonizar un corto porno chic. A mí que me lo expliquen.
¿Hay misoginia y machismo en la campaña de Tom Ford? Lo que sus creativos quieran que entendamos. Ni más, ni menos. El debate ha sido, seguramente, provocado por ellos mismos, pero si no fuera por esas mentes puras que ven pecado en cada centímetro de piel al descubierto y consideran que la mujer del anuncio es una hembra utilizada sexualmente, contraria a los principios de la señora que deja su casa como los chorros del oro y cuida a su familia divinamente, o a la modelo que promociona sostenes para aumentar dos tallas de pecho, hoy no estaría escribiendo esta modesta entradilla. Es lo que tiene el porno, que así solo no da para mucha literatura, pero con el chic al lado se transforma en pura poesía.
CHUSMA
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