Vamos a ver. Esta es una lección de Barrio Sésamo (Plaza Sésamo, Sesamo Street o como quiera que cada uno le llame en su país de origen): amiguitas y amiguitos, amenazar no es lo mismo que chantajear. Si yo digo "te voy a matar", estoy amenazando sin más. Si, por el contrario, me destapo con un "si no me pagas lo que me debes te mato", estoy chantajeando. ¿Ha quedado claro? Pues seguimos.
En estos días de elecciones en Europa, recortes en España y retiros muchimillonarios en Bankia, el culebrón de la realeza y aledaños sigue su curso, con la variante de que ahora, por lo que parece, ninguno de los protagonistas es bueno. Aun diría más: en la trepidante trama se ha destapado la verdadera personalidad del gazmoñas (cómo me gusta a mí esta palabra; será porque me trae recuerdos) Diego Torres, socio de Urdangarín, que intenta chantajear a la justicia diciendo que, o le permiten devolver el dinero tangado e irse de rositas, o va a desvelar un montón de secretos enormes y feos de la familia real. Eso no es una amenaza, amigos, es una extorsión en toda regla.
Yo no sé qué se cree la panda de mangantes que se pasea por los juzgados de Palma cuando le sale del cornete. Si la justicia española perdonara por costumbre al ladrón después de que éste devolviera lo robado, alguna que otra cárcel patria tendría que ir pensando en cambiar de actividad y reconvertirse en spa y baño turco. Pero es que la cosa no va por ahí: cuando uno trinca, se le juzga por ello, aunque desconozco si el devolver parte del botín es un atenuante o una mera anécdota a pie de página del sumario.
En todo caso, está claro que tanto Urdangarín como su ex socio Diego Torres son un dúo muy poco dinámico de vagos y maleantes. Porque solo a los matones poligoneros se les ocurre recurrir al chantaje y a la extorsión para lograr sus fines. Aun así, debo reconocer que tengo mis dudas acerca de si el tal Torres no tendrá razón cuando dice que a la infanta Cristina debería dársele el mismo tratamiento que a su mujer, encausada desde el principio. Si lo que pretendía era sembrar la duda entre el populacho sobre la culpabilidad de la primera, la verdad es que lo ha logrado. Enhorabuena: ha ganado usted un perrito piloto.
Torres cree que la única forma de librarse de un futuro entre rejas es poniendo a caldo a la casa real, amenazando con desvelar que el rey consintió e incluso facilitó los tejemanejes de su yernísimo. Menuda novedad. Ahora va a resultar que también Franco está muerto. Sinceramente, creo que quedan pocos españoles que, a estas alturas de la película, piensen en Don Juan Carlos como un santo varón, incapaz de matar una mosca. Ni es un inocente y tontorrón Borbón ni se dedica, precisamente, a matar moscas. Es más, todos entendemos que, en algún momento que otro, intervino a favor del alto y rubio Iñaki, sencillamente porque no hay ninguna familia que se lleve medianamente bien, en la que no corran los favores como el cava durante las cenas de Navidad. Lo ilógico sería que nuestro monarca se negara desde el principio a ayudar a Urdangarín e, incluso, que se resistiera a ello temeroso de Dios; ya hemos visto que, a su majestad, la soberbia le puede y se cree por encima del bien y del mal. Tampoco es que debamos culparle por ello: la Constitución le ampara y eso nadie lo repara.
Opino que tanto Diego Torres como Urdangarín tienen todo el derecho a defenderse como ellos crean conveniente y siguiendo estrategias inteligentes a la altura de lo que representan. Lo que ya me parece un poco desproporcionado son estas broncas de patio de colegio, con chantajes y amenazas por ambas partes, que lo único que están consiguiendo es destapar la verdadera naturaleza de quienes las profieren: dos aspirantes a delincuentes que se creen Cary Grant en Atrapa a un ladrón y no tienen ni media bofetada. Desconozco el fin de esta película de muy malos; lo que de verdad me gustaría saber ahora es si Iñaki maridó con Cristina por el simple hecho de medrar y ser el más rico de la lista Forbes. En este cuento de hadas alguien se tiene que comer los sapos. Y no quiero señalar...
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