viernes, 11 de mayo de 2012

Esposadas

Ha vuelto a pasar. Ayer mismo saltaba la noticia de que otra menor marroquí había sido obligada a casarse con su violador. El caso es sangrante e inhumano se mire por donde se mire: Safae, de solo 14 años, fue violada, quedó embarazada y el simpático juez al que le tocó su caso decidió que lo mejor para reparar el daño era que delincuente y víctima se casaran en algún momento, fueran felices y comieran cuscús. Hombre sabio donde los haya. Con lo que no contaba tan bondadoso varón era con que la chica sufriera una depresión por no querer matrimoniar con el señor que la había violentado. Éste, para que la fiesta no decayera, se dedicó a perseguirla con el propósito de repetir jugada, algo que acabó cansando a los padres de la víctima quienes, en un ataque de sensatez y modernidad inusitada en gran parte del mundo islámico, han decidido denunciar el caso ante la opinión pública. Ojalá tamaño alarde de valentía siente precedente.
Todo esto nos trae a la memoria el desdichado caso de Amina, la chica marroquí que se suicidó con matarratas tras verse obligada a abandonar a su familia para casarse con el hombre que la había violado. En virtud del abominable artículo 475 del Código Penal marroquí, los padres de la adolescente (tenía solo 16 años cuando murió) negociaron con un intermediario el que Amina fuera entregada al delincuente que la desvirgó, para evitar la vergüenza del clan. Agobiado, porque ya tenía otra esposa y le tocaba mantener a dos familias, el marido de la chica apenas paraba en casa, con lo que se vio obligado a dejar a Amina en compañía de los suegros, quienes no dudaron a la hora de amargarle la vida llamándola prostituta y otras lindezas semejantes.
Para una mente occidental es impensable esa ley islámica según la cual, la mujer es la culpable de su propia violación. No se castiga a quien comete el delito, que puede ir por ahí atacando mujeres como si no hubiera un mañana sabiendo que después se arriesga a tener que mantenerlas, sino que se condena a su víctima a una vida de mierda, con perdón, para intentar purgar el mal causado. ¿Qué mal? ¿Salir a la calle? ¿Respirar? Es como el estupendo axioma nuestro tan bonito de "la pegué porque me provocó". No cariño, la pegaste porque eres un cacho de animal sin cerebro que descargas tus frustraciones haciendo que la gente se sienta inferior y demostrando que tienes poder físico sobre otros más débiles que tú. Y digo físico, porque estoy segura que intelectualmente eres un ser acomplejado y con una personalidad inmadura que solo sabe solucionar los problemas y las discusiones mediante la violencia. Si esto no es cobardía, que venga Alá y lo vea.
Cuando observo fotos de esas niñas (muchas no llegan apenas a los 10 años) de cualquier país musulmán, pegadas al antebrazo de lo que para ellas tiene que ser un señor muy mayor, me hierve la sangre. No me puedo imaginar qué tipo de infancia disfruta quien se ve obligada a pasar de jugar con muñecas a ser tratada como una muñeca hinchable, sin saber qué has hecho tú para merecer eso salvo tener vagina. Es indecente, aberrante y debería estar perseguido en todos los países del mundo. Tratar a otro ser humano como simple mercancía para el placer propio es de las cosas más horrendas y asquerosas que puede hacer un individuo (ir)racional.
La Liga Democrática por los Derechos de las Mujeres en Marruecos tiene mucho trabajo estos días. Intenta acabar con la violencia machista, pero sabe que no lo logrará si no consigue la abolición del dichoso artículo 475. Al resto del mundo no nos basta con horrorizarnos cada vez que llega la noticia de otra niña muerta, incapaz de soportar la existencia a la que ha sido condenada. Es horrible atentar contra mujeres adultas, pero es de una cobardía infinita hacerlo contra niñas solo porque son el eslabón más débil, carne fresca para placeres rápidos. Y lo es ocurra donde ocurra: en Marruecos, el norte de México, Guatemala... La violencia machista no solo envilece a quien la practica, sino a quien es testigo y, viendo la desesperación de la víctima, mira para otro lado. Nadie tendría que pedir ayuda para que los demás comprobaran que lo necesita porque, a veces, el síntoma número uno del sometimiento es la incapacidad para pedir socorro. Pero, bueno, cada uno tiene sus problemas y mejor dejar que los demás resuelvan los suyos solos, ¿no? Ánimo, es el momento de que alguien se levante, mire a quien tenga más cerca y diga aquello de: "pues va a ser que no..."

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