domingo, 27 de mayo de 2012

Matar a un ruiseñor

Ayer estábamos todos un poco liados: que si partido de preparación a la Eurocopa para los más futboleros, que si Eurovisión para los más retros y que si playa y piscina para la mayoría. Un non stop de juerga y cachondeo. Y mientras tantos andábamos ahí, a olvidar penas a base de pan y circo, una noticia pasó ante nuestras narices como una especie de chillido de ésos que se te quedan entre una oreja y la otra, haciendo eco.
No me refiero a las palabras del señor Bankia que son para meterlas en una gran bolsa de basura (de aquellas míticas en las que el alcalde Muñoz guardaba los millones) y arrojarlas al vertedero más cercano, sino a un nuevo ataque contra la indefensa población siria. Otro más de los muchos que lleva ya perpetrados ese individuo de nombre El Asad, que parece galán de cine mudo y no es más que un monstruo que haría bueno hasta al príncipe Vlad Dracul, el antepasado más granado de Drácula y, al parecer, también del británico príncipe Carlos.
Entre todas las matanzas del régimen sirio, la de ayer ha sido de las peores que tengo el mal gusto de recordar, tal vez porque acabó con la muerte de 32 niños. Y no, no es que estuvieran los infantes reunidos en el patio del colegio cuando hizo una explosión una bomba equivocada sino que alguien, a quien me resulta difícil poner calificativos porque no hallo en el diccionario ninguno digno de tanta bajeza, se molestó en apuñalarlos, uno a uno, hasta la muerte. Si esto no es crueldad y ensañamiento, prometo retirarme de la vida pública y hasta de la privada.
Porque hay que tener una psicopatía muy agudizada para cargarse a seres humanos como quien pisa hormigas, pero más aún para asesinar niños o personas que no tienen la capacidad de presentar oposición ni causar mal alguno a la autoridad incompetente. Pero, claro, me dirán que la coartada es que estas imberbes criaturas están siendo contaminadas desde la infancia y hay que ponerles correctivo para que, en el futuro, no les de por alistarse en el bando de la libertad y la paz y manden al señor El Asad y su familia de cuento a tomar por saco. El castigo preventivo es un estúpido propósito y un muy mal negocio.
Aquí, además de la barbarie en sí, hay muchas cosas que no entiendo. No comprendo, por ejemplo, que este gobernador sirio del bigote vuelva a su casa por la noche, mire a sus hijos a la cara y no se le caiga la ídem a los pies; que su señora esposa se alce como defensora de la infancia y las causas nobles cuando el hombre con quien comparte lecho se dedica a manchar con sangre manos ajenas en el intento de limpiar su podrida conciencia; que los rusos, ese gobierno con veto en otra institución que me encandila, la ONU, den la callada por respuesta cada vez que la comunidad internacional pone el grito en el cielo ante los desmanes sirios (sí, ya sabemos que el mercado de armas es muy goloso y en Rusia hay montones de billonarios desnutridos).
La hipocresía internacional ante lo que está ocurriendo en Siria es para despertar la cólera divina si la hubiera o hubiese. Aunque, obviamente, lo decimos también nosotros, hijos de un gobierno como el de Zapatero, que multiplicó por 6 las ventas de armamento al extranjero después de predicar incansablemente el No a la guerra. Y me da a mí que esas armas no iban precisamente destinadas a embellecer vitrinas en algún museo de los horrores. 
Aquí seguimos, condenando atrocidades con una mano y poniendo el cazo con la otra. Personalmente, ese dinero que mueven las naciones y que pasa a engrosar las cuentas del PIB con deshonra y vileza, debería ser incluido en aquel otro PIB, el del dinero "malvado" que circula por el mundo, una cifra ficticia (se le ocurrió a un alto gerifalte en un bonito día de improvisación) y en cuyo nombre el pueblo soberano ha financiado intervenciones o misiones de paz, como ésta que ahora mismo recorre Siria y solo sirve para apuntar en una pizarrita el número de bajas civiles en una guerra insensata e ignominiosa para ambos bandos.
Qué asco.


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