Hoy tenía planeado comentar la noticia que salió ayer acerca de que España es un país estupendo para ser madre. De hecho, está en el número 12 del mundo. Como el tema me despierta la risa tonta (la conciliación laboral, el precio de los productos para bebé, los colegios, las actividades extraescolares...; un no parar de reír) he decidido continuar con la vena tragicómica y largarme un discursito acerca de la nefasta influencia de la publicidad en los deportistas.
Todo viene a cuento porque he leído que Fernando Verdasco ha caído en el Master Tenis de Madrid jugando fatal. Como no estoy siguiendo los encuentros no puedo juzgar ni al muchacho en sí ni a su arte con la raqueta pero, de pronto, me da por pensar que, como dice el anuncio que protagoniza, Verdasco tiene tantas cosas en la cabeza que no le queda tiempo para concentrarse en lo suyo, que imagino será el tenis.
Cuando uno se convierte en figurón del deporte le llueven los contratos publicitarios. Normal. Hay que aprovechar que el personaje tiene tirón entre jóvenes y mayores para convertirlo en vendedor puerta a puerta. Todas las agencias de publicidad manejan estudios de fiabilidad en los que se detallan los famosos más valiosos a la hora de convencernos de las bondades de un producto. En los primeros puestos están los deportistas. ¿La razón? Transmiten valores que nos enganchan: esfuerzo, capacidad de superación, responsabilidad, compañerismo... Algunos se resisten a ser imagen de según que cosa y otros se venden al mejor postor como cualquier hijo de vecino. Hasta ahí todo normal. Lo que ya no entiendo es por qué cuando empiezan a aparecer en vallas y spots, su rendimiento baja tanto. No es el caso de todos (Rafa Nadal sigue siendo un campeón y Messi tres cuartos de lo mismo), pero hubo un tiempo en que la situación llegó a ser alarmante.
Me viene a la cabeza aquel famoso anuncio de natillas por el que desfilaron gran parte de nuestros deportistas más granados: Caminero, Sergi Bruguera, Alex Crivillé, Morientes, Ferrero... Era meterse la cuchara en la boca, deshacerse en elogios con el postre y hartarse de lesiones, suplencias y otras desgracias de lo más variopintas. Si aquello no era gafe, que baje Guardiola y lo vea. En tiempos más modernos, podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que a Fernado Alonso tampoco le van las cosas muy bien desde que es estrella de la tele (un inciso: soy fan fatal del anuncio de Vodafone protagonizado por Hamilton y Button a los que no auguro buen fin de competición, visto lo visto). Volviendo a nuestro amigo Verdasco, tal y como le empiezan a ir las cosas, lo mejor es que reconozca que meigas haberlas haylas, se disperse un poco menos y, sobre todo, no tenga ese batiburrillo en la cabeza (menos caspa de todo, ¿no, Fernando?). Aunque, bien pensado, hay casos peores: un tenista, Abraham González, sentado en el trono de Mujeres, hombres y viceversa. Lo siento por él, pero de la maldición gitana que le ha caído no le libra ni la Bruja Lola.
Un último favor: que la plantilla del Barça cuide bien sus apariciones mediáticas previo pago. No vayan a amargarnos ahora el fin de fiesta...
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