El desencuentro de estos dos, Mourinho y Valdano, es de libro. De hecho, lo suyo ya debía de aparecer en algún capítulo de Érase una vez el hombre, probablemente en el del nacimiento de las células. Dos personalidades, una dada a las broncas, a la intransigencia, a la exageración y a los exabruptos públicos y otra a la contención, la racionalidad y el diálogo. Imposible que no choquen. El broncas intentará darle una lección al otro en cada desencuentro cuando lo que de verdad desearía es arrearle un puñetazo en los morros. El segundo tragará bilis y, muy probablemente, se dirá a sí mismo aquello de "tranquilo, que el tiempo pone a cada uno en su sitio". Pero el tiempo es muy perro y pasa muy lentamente, amigo.
El problema es cuando aparece un tercero o dos se pelean por la atención de la misma persona, llámese Florentino o X. Muy probablemente, ese tercero capeará el temporal como bien pueda hasta que no le quede otra opción que elegir entre uno y otro. Lamentable, pero en esta vida la cobardía es echar las cosas a suertes; la valentía consiste en elegir... lástima que algunos lo hagan cuando no les queda otro remedio. Lo normal, insisto, es que quien tenga que mediar se decante por el que demuestra una personalidad más fuerte y mayor apoyo social, por no hablar de que le convenga mucho más arrimar el ascua a su sardina que empatizar con quien lleva las de perder. El miedo a quedar mal, a que su cómoda poltrona de ojeador se resienta, a que el resto de personajes de esta triste comedia de situación empiece a negarle el saludo, le agarrota y le lleva a tomar una decisión a la que tal vez el corazón no le conduciría. El sensato, el comedido, el racional y, probablemente, el que más sufre con todo esto, tiene las de perder aunque haga el pino con las orejas. Abandonará la batalla y se dejará en el intento el respeto que sentía por el tercero.
Todos hemos vivido historias semejantes. Algunos varias veces. Yo, poco dada a los exabruptos públicos y más por el diálogo y la serenidad, siempre he perdido ante personalidades entregadas al arte de los malos modos y peores instintos. El problema es que en todo momento sabía de antemano que ésa era una batalla perdida y, sin embargo, me dejaba ir porque esperaba que el tercero (inevitable su papel en esta opereta) fuera lo suficientemente inteligente y valiente para darse cuenta de la calaña y las malas artes que manejaba el contrario. Craso error. Al final no te queda otra que aceptar tu derrota, que el que más grita es siempre el que gana y el que más se queja da mucha pena. A ti, como no haces ni lo uno ni lo otro, o al menos no con tanto ahínco, te toca apretar los dientes y encerrarte en casa lamiéndote las heridas esperando a que quien te ha hecho daño te pida disculpas. Pobre ingenuo.
Florentino hablará por boca de Mourinho, sin ni siquiera darse cuenta, hasta que por fin se haga eco de lo que ya sabía: que este hombre es simple y llanamente lo que parece, un macarra de barrio. En algún momento entenderá que, a lo mejor, solo a lo mejor, se equivocó (probablemente ya se ha dado cuenta); tal vez lo manifieste, tal vez no, la opinión pública manda y estas personalidades siempre dadas a quedar bien son lo menos confiable del mundo. Pero jamás podrá recuperar al colaborador, al amigo o al compañero que un día tuvo: no es nada fácil perdonar a quien te hiere a sabiendas y que encima no ha tenido la decencia de perdirte perdón ni de admitir que no estuvo a la altura. Otro capítulo de Érase una vez el hombre...
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