domingo, 22 de mayo de 2011

El fin del mundo

Enhorabuena a todos. Habéis (hemos) sobrevivido al fin del mundo previsto para ayer. Es más, incluso os han pasado cosas en 24 horas: habéis conocido a gente, os habéis enfadado, os habéis alegrado y algunos incluso os habéis enamorado. Felicidades. El año que viene habrá otro fin del mundo, así que aprovechemos que hemos salido de esta y entreguémonos al despendole y a la locura: derrochemos nuestros ahorros, metamos mano a quien nos plazca, escupamos al jefe que no soportamos y alimentemos nuestra predisposición a diluirnos en el sumum del placer y el desenfreno. A fin de cuentas, un año pasa en un tris.
Me parece demencial que alguien pronostique el fin de los tiempos como si la cosa no fuera con él. Pero más terrible me resulta el que cualquiera se crea semejante despropósito. Sería muy sencillo pensar que algo vendrá que muertos nos dejará. A todos a la vez. Pero la realidad es que el fin del mundo nos llega a cada uno por separado. Y no hablo ya de la muerte, inevitable; el the end de nuestra existencia viene muchas veces condicionado por factores externos que nos abocan a la debacle emocional: el que alguien muy importante para nosotros desaparezca, el que nuestras más grandes ilusiones fracasen... Factores todos ellos culpables de que la vida ya nunca sea como la conocimos o programamos.
Muchos de los agoreros del fin de los tiempos abogan por un comportamiento estricto y ejemplar mientras se acerca el día D. Esto aún lo entiendo menos. Si sabes que las cosas no tienen remedio el objetivo está claro: pecar hasta el infinito y más allá. No tienes nada que perder. Me resulta complicado imaginar a alguien con la capacidad de convicción suficiente para meterte entre ceja y ceja la idea de que la explosión última llegará el miércoles de tal mes justo a la misma hora que Jorge Javier Vázquez da la bienvenida a los invitados de Sálvame (aunque eso sea lo más parecido a un apocalipsis que cualquier humano pueda fantasear). Y que, mientras tantos, debes conservar la esencia virtuosa de un monje cartujo. Por lo visto, la fragilidad es humana inversamente proporcional a la tentación de caer en manos de profetas del mal fario.
Nada más que decir salvo que ya tenemos bastante con nuestra vida y nuestros finales infelices (a diferencia de en el cine, en la realidad se repiten los llantos cada dos o tres capítulos de esta telenovela que nos toca vivir) como para hacer caso a apocalipsis programadas al estilo Perdidos. Todo se acaba, así que aprovechémoslo mientras dure y desechémoslo si no nos gusta cuando aún tengamos opción.
Y hablando de finales que no son tales, la acampada de lo indignados sigue. Comienza la segunda parte. Nos vemos mañana en Sol.

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