Confieso que soy de las que tropieza dos veces con la misma piedra. Y hasta tres si no me atan. Pero también que tengo unas intuiciones que ni Rappel en la Noche de San Juan. Yo, que a racional no me gana nadie, achaco mi capacidad visionaria a la inteligencia emocional.
Vamos a ver, tampoco se trata de dármelas de superdotada, pero sí reconozco que las situaciones y las personas me entran por la piel y también que esto último es una cualidad muy femenina y casi atávica. Conozco a muchísimas mujeres a las que les ocurre lo mismo. Lo curioso es que todas nos empeñamos en luchar contra nuestros instintos cuando vienen mal dadas. De ahí que hayamos aguantado amigos que no son tales, trabajos que no nos gustaban un pelo o jefes insoportables y casi maltratadores. O sin el casi. Lo peor es que lo hacíamos a sabiendas de que obrábamos mal, de que ése no era el camino. Pero la presión social o familiar, por no hablar del que ejercemos nosotras mismas sobre nuestra infravalorada intuición, siempre nos llevaba por el camino equivocado. Y luego venía aquel bienintencionado con lo de "ya te había avisado". Sí, señor, pero antes que usted ya me habían advertido mis tripas y ni puto caso, oiga.
Mi intuición es tal que a veces me da en forma de taquicardia si algo malo está a punto de acontecer. Y siento mariposas en el estómago cuando se avecinan buenas noticias. El problema es que, si no me conviene hacerles caso, achaco el primer síntoma a la gripe y el segundo al hambre. Y me quedo tan pancha.
También me pasa con los encuentros deportivos. Dependiendo de la actitud con la que salga un equipo a la cancha o al césped, ya sé quién va a ganar. Por todo: porque lo manifiesta en sus gestos y en sus ganas. Están convencidos de que saldrá bien y sale. De ahí que, cuando nuestro interior nos dice que algo no va por el buen camino, podemos empeñarnos en tocar el arpa con el mango de una aspiradora que aquello se va a torcer, sí o sí. Y lo mismo al contrario: si te sientes atraído por alguien, puede desencadenarse un tsunami, que te dejará el cuerpo baldado y la atracción, ahí, intacta. Solo por fastidiar, imagino. También ocurre con quien nos causa repelús: ya puede ser la persona más famosa y generosa de tu terruño que contigo no tendrá nada que hacer. Ni para bien ni para mal. En ese aspecto, o tal vez por eso, yo, como Bibiana Fernández, soy más "del face to face que del Facebook".
Prometo rendirle mayor pletitesía a mis tripas y escucharlas con devoción. A lo mejor solo así consigo, de una vez por todas, que no me den siempre donde más me duele.
Y qué te dicen tus tripas de lo de la pulperia?
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