Antes que nada, la imagen que todos hemos visto más de una vez en los últimos días:
Mirémosla atentamente. Si nos ponemos a analizarla, hay al menos dos detalles que nos llaman la atención: el primero, a Hilary Clinton con cara horrorizada, tapándose la boca como si tratara de ahogar un grito; segundo, a la izquierda de la fotografía, Joe Biden, vicepresidente de Obama, mirando suponemos que la pantalla y con cara de estar contemplando un chispeante discurso de Rajoy.
Ambos han dado una explicación a su gestualidad o a la ausencia de ella. La señora Clinton la achaca a un intento de atajar una "tos primaveral". Toma ya. Ni su marido en sus mejores tiempos había ideado una excusa tan creativa. Por su parte, Biden no ha dicho ni Pamplona, pero alguno de sus colaboradores ha adelantado que el buen hombre se pasó los 38 minutos que duró el acoso y asedio a Bin Laden rezando el rosario. Muy cristiano.
Cuando era pequeña se me daban fatal los análisis de texto (de los análisis de imagénes ni hablo), pero volviendo a mi adorado sentido común, voy a expresar mi opinión respecto a los dos motivos que articulan esta entrada del blog. La explicación dada por Hilary Clinton me recuerda mucho a esa frase tan masculina de "los hombres no lloran". Ni las mujeres que van de duras, añado. Llorar es un lastre, indica que eres débil, que tienes emociones y te hace vulnerable a las hienas y predadores emocionales y laborales que pueblan la existencia de todo quisque. Es impensable que una dama de hierro como la señora Clinton demostrara cualquier tipo de emoción en una reunión de tan alto nivel y mucho menos que alguien pudiera pensar que, en ese momento, en su cabeza se formaran frases del tipo "oh, cielos, estamos asesinando a un hombre a sangre fría". No es lícito pensarlo y mucho menos expresarlo. Este tipo de ideas de "nenazas" solo les están permitidas a las madres en relación con los hijos, a las mujeres enamoradas por aquello de que van sobradas de sentimientos y a las que tienen el síndrome premenstrual. El resto de la humanidad, a apretar los dientes y tirar del carro. Menos mal que están las alergias primaverales para encubrir el amago de llanto y las toses para disfrazar los cargos de conciencia. Yo, que lloro hasta con los anuncios de compresas, sé bastante del tema.
Lo de Joe Biden y el rosario de su madre es muy coherente en el fondo y hasta en la forma. Uno puede pecar hasta la saciedad, que mientras tenga un Padre Nuestro a mano, todo queda en casa. También es posible que el bueno de Joe haya empleado el rosario como amuleto en plan de "Señor, señor, que los hombres de Harrelson se porten y nos solucionen el problemilla de las encuestas, que vamos en caída libre". En cualquiera de los dos casos, es hasta lógico recurrir al altísimo en momentos tan emblemáticos. A fin de cuentas, la religión aboga por el sufrimiento del malo y Bin Laden era peor que un pecado. Yo, que creo más en la justicia humana que en la divina, me quedo huérfana de argumentos cuando la primera me falla y la segunda sigue desaparecida en combate. Por eso, en el fondo envidio al señor vicepresidente: él puede hacer acopio de rosario en situaciones que a los demás no nos las aliviaría ni el Valium.
Expuesto lo cual, voy a tomarme un antihistamínico. No vaya a ser que me de una tos o algo.
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