Corren malos tiempos para el edil más faraónico que en Madrid ha habido. Teniendo en cuenta el momento dulce que vive el PP, resulta cuando menos inusual que uno de sus alcaldes con mayor carisma y tirón obtenga una puntuación en las encuestas por debajo del cinco, a muy poca distancia de Camps, ese adalid de la honestidad y la honradez política que ocupa el último lugar.
Me imagino al bueno de Alberto paseándose por el despacho de su palacete de la Castellana mientras se pregunta por qué los madrileños no le aprecian, y sin encontrar respuesta a tamaño dislate. Quererle, señor Gallardón, no es que no le quieran. Lo que ocurre es que sus obras, su afán recaudatorio (léase multas y parquímetros), sus gastos desmesurados, primero cabrearon (tampoco mucho; este país necesita al menos ser víctima de un ataque nuclear para clamar al cielo), y luego cayeron víctima de la desidia total. La egolatría, cuando es desmesurada, aburre, y eso es lo que el señor Gallardón ha estado practicando en los últimos años.
Su manejo del presupuesto de la alcadía es, como poco, absurdo. Y no nos olvidemos de ese afán tunelador que le invadió tanto a él como a su antecesor, Álvarez del Manzano, el gran buscador de tesoros por las alcantarillas de la capital. El querer convertir Madrid en una ciudad ultramoderna arquitectónicamente hablando ha acabado en un no poder. Hemos copiado a otra capitales europeas y lo hemos hecho rematadamente mal. Vale, acabamos de inaugurar Madrid Río, pero ni eso vence y convence: unos lo alaban y, sin embargo, son cada día más los que denostan este remedo de Sena castizo.
Aun así, y a pesar de una gestión que a muchos nos escama, no hay que negarle a Gallardón esa capacidad de ir a contracorriente, de asumir el papel de niño gafotas en su propio partido. Ya sabemos que las víctimas públicas siempre despiertan la compasión de la audiencia. De semejantes rentas ha sabido vivir (y muy bien) el ínclito alcalde. Pero cuando su presencia se ha hecho menos pública y sus encontronazos con Esperanza Aguirre poco notorios, el pueblo, su pueblo, ha preferido dedicarse a sus asuntos y dejar al alcalde llorando ante Zapatero por los pírricos dineros que el gobierno está dispuesto a invertir en la capital.
No se preocupe usted, sr. Gallardón, que volverá a ganar. El enemigo es pequeño y su ambición, grande. Además, en poco tiempo tendrá usted en la Moncloa a uno de los suyos y podrá reclamarle el presupuesto que disque se merece y hasta un aeropuerto "para personas" en Campo Real si le place, haciendo piña con su colega Espe. Mientras tanto, déjeme decirle que no ha salido muy favorecido en la foto de campaña. A lo mejor es porque la cara es el espejo del alma...
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