Confieso que no soy muy fan de la series por y para mujeres. Sin ir más lejos, no vi en su día Sexo en Nueva York y, ahora que he conseguido entrever retazos de algún capítulo, no me arrepiento. Va contra mi religión, si la tuviera, creerme algo así. Mi mente práctica me impide racionalizar el hecho de que una columnista en Nueva York gane el sueldo de Angelina Jolie y, por si la vida ya no fuera suficientemente injusta, además consiga trajinarse a los hombres más estupendos del planeta. Luego echas un vistazo a tu propia existencia y te das cuenta de que una serie así es insana. Ni aspiracional, ni leches. Pero, bueno, no pretendo discutir sus bondades, que seguro las tiene, entre sus millones de seguidoras, no vaya a ser que tenga que batirme en duelo.
Decía que la series femeninas no son para mí, tal vez porque de pequeña era más de Los hombres de Harrelson que de Heidi. Más de acción que de reacción. Me gustaba oír aquella frase mítica de "T.J, ¡al tejado!" y me aburrían soberanamente las correrías silvestres de una niña a la que en el fondo siempre consideré tonta del bote. Ahora que lo pienso, creo que en su día debí de haber sido la típica empollona repelente y sufrir por ello, porque si no no me explico tantas ganas de llevar la contraria.
Con el tiempo, llegué tarde a Friends, igual que he llegado tarde a otros movimientos de masas (OT, Perdidos...), pero he recuperado el tiempo en las sucesivas repeticiones de la serie y he descubierto, tarde, mal y arrastras, que me gusta. Me gusta el humor, la pandilla (Rachel la que menos) y ese sentido de la amistad que ya lo quisiera yo para mí en los días de fiesta. Amigos que se respetan, que lloran juntos, que ríen juntos, que dicen las verdades a la cara, que se perdonan, que se quieren... relaciones incombustibles que a todos nos encantaría disfrutar. En la realidad no es tan fácil perdonar y volver a confiar cuando nos la han metido doblada, pero en la ficción resulta tan tierno.... Lo dicho, un primor de serie. Todos tenemos la suerte de contar con personas así en nuestra vida, pero el verlo en la tele nos hace envidiar la fluidez, el saber interpretar los gestos del otro, el adelantarse a lo que tu amigo desea y dárselo... Y todo con una chispa que ni Faemino y Cansado en sus mejores shows. Personalmente, preferiría pasar una tarde viendo fútbol americano con Chandler en lugar de irme de compras con Carrie Bradshaw. Bicho raro, ya digo.
Ahora, además, me he enganchado a Cómo conocí a vuestra madre, con pandilla de amigos incluida y bastante mala leche a la hora de retratar las relaciones personales. Tíos que compiten por ver quién la tiene más larga, chicas que van de mujeres biónicas y luego fallan cual escopeta de feria cuando intentan entender a los hombres.... Irreverente muchas veces y descacharrante siempre. Además, gracias a Cómo conocí a vuestra madre tengo un nuevo héroe: el personaje de Barney, un ligón con pintas interpetado por el actorazo Neil Patrick Harris al que desde hace años conservo en mis altares interpretativos. Barney es faltón y carismático, un epítome perfecto de la esencia del macho de bar (con traje, corbata y buenos modales, eso sí). Justo el tipo al que odiarías encontrar una noche de copas pero te encanta ver cómo se desenvuelve entre gintonics en la barra virtual y cómo utiliza los trucos más burdos para ligarse a la Barbie de turno. Muy recomendable para evadirse de primarias, desalojos, crisis y otras boutades por el estilo.
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