Acabo de terminar el libro Juárez en la sombra, de Judith Torrea, y me ha dejado un poco vacía. Las páginas son una crónica diaria de la violencia en Ciudad Juárez, una de las ciudades más peligrosas del mundo sino la más. Judith se levanta cada mañana, acude allí donde ha habido una "balasera", acompaña a los familiares en su duelo, se acuesta, y vuelta a empezar. Al principio el libro es demoledor. No entiendes esa guerra entre el presidente Felipe Calderón y el narcotráfico que lo único que consigue es incrementar la baja de civiles; no comprendes que, de pronto, en una fiesta de universitarios, entren cuatro sicarios y se carguen a la mitad de los asistentes y a algún otro que tenía la mala suerte de pasar por allí; no te entra en la cabeza que Ciudad Juárez esté a apenas unos metros de El Paso, la, hoy por hoy, ciudad más segura de Estados Unidos, y las cosas se queden así, en un status quo. En fin, que el caos de las páginas del libro acaba instalándose en tu cabeza provocándote un montón de preguntas y casi ninguna respuesta.
El problema es que, a medida que avanzas en la lectura, te vas haciendo de cemento armado. A la mitad ya no cuentas los asesinatos, solo los ves pasar. Imagino que es lo mismo que le ocurre a la opinión pública mexicana y estadounidense que, a no ser que vivas en el lugar de autos, acabas contemplando los sucesos con muchísima distancia sin que en ningún momento te percates de que eso que Judith cuenta está ocurriendo a las puertas de tu casa.
La escritora narra la violencia, pero no da respuestas. Tal vez porque no las hay. Ocurre igual que en el caso de los feminicidios acontecidos en la misma zona: los asesinos están tan camuflados en las instituciones, tienen tanta libertad de acción, tanta impunidad, que primero dan miedo y después asco. Es impensable para una persona, educada en un país moderno y democrático, que una banda de asesinos actúe con diurnidad y alevosía, que acabe con la vida de cientos de personas y nadie haya visto nada ni sepa nada (lo peor: que tampoco quiera saber).
Confieso que más que los muertos me han emocionado los testimonios de los vivos, esos familiares aún en pie y que solo pueden llorar hoy al hermano, mañana al amigo, pasado a la hija. Y, sobre todo, la entereza de las madres, las mujeres que levantaron Ciudad Juárez trabajando en sus maquiladoras y ahora llevan sobre sus espaldas todo el peso de reinvindicar justicia. Una justicia que nunca llega porque solo quea la impotencia y esperar a que al día siguiente salga el sol. Mañana, más muertos. Confío en que Judith nos lo siga narrando. Y confío también en que algún día pueda gritar que esta guerra, sucia y descarnada, ha acabado al fin.
Dejo aquí el enlace a su blog.
juarezenlasombra.blogspot.com
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