Anda el ex presidente de la Generalitat valenciana, don Francisco Camps, liado explicando ante la justicia lo suyo con los trajes hechos a medida. Y andamos nosotros hechos un ovillo, viendo el mundo entre costuras. Él ahí, a lo suyo, con esa sonrisa de gato de Cheshire, que no sabes muy bien si te está ciñendo la sisa o agarrando los bajos (literal y metafóricamente hablando) y los espectadores de este folletín pillándolo todo con alfileres.
En resumen, al atildado señor le obligaron a irse (él no quería, madre) acusándole de aceptar favores a cambio de prebendas. Lo que últimamente viene siendo normal, vamos. Según se comentó en su día, Camps salió de la Generalitat por la puerta grande, con un vestidor más voluminoso que el de Paris Hilton y la promesa de que él, cual Terminator versión Armani, volverá. Preguntado en su día por el escabroso asunto que hoy le tiene chupando banquillo, don Francisco dijo aquello de que nunca había aceptado regalos a cambio de favores. "Amos", hombre...
En cualquier profesión, desde tornero fresador hasta banquero de baja estofa, uno, de vez en cuando o a todas horas, recibe obsequios. Desde un boli hasta una bici eléctrica. Lógicamente, el importe de lo regalado asciende conforme medra el escalafón social. Y, como a lo bueno uno pronto se acostumbra, es impensable que todos, todos, salvo imposición legal, hagamos ascos a lo que nos sale gratis aduciendo problemas de conciencia. Conciencia tenemos, pero la susodicha no creo que sea precisamente del género tonto.
No quiero ni imaginar la cueva de Aladino que fue ese despacho de la Generalitat en sus tiempos de gloria. Más que nada porque me puede dar un ataque grave de envidia insana y la recuperación (larga y dolorosa) no me compensa tamaño sofocón. Lo de los trajes parece una excusa tonta si lo comparamos con lo que podemos encontrar hurgando en los bolsillos de Camps, su muy pijo lugarteniente Costa y otros allegados.
El dichoso sastre de los trajes, un tal José Tomás de nombre muy taurino, es el sastrecillo valiente de la política. No es que se haya cargado a seis de un golpe, ¡es que ha descabezado a la cúpula del gobierno valenciano! Vale, solo no ha podido; con enemigos sí. Pero el mérito de meter el dedo en el dedal, en el ojal, y en el ojo de tanto rancio señor de derechas es muy suyo. Oreja y rabo para el señor Tomás.
Ahora, viendo que el asunto ya huele y no precisamente a paella, Camps, que se ha venido arriba y ha pasado de campechano a soberbio a la velocidad de AVE, confiesa que aceptaba regalos. Solo algunos y por no ofender. La mayoría los devolvía. Y que, además, él se compraba sus trajes en tiendas tan normalitas como Milano o El Corte Inglés -donde "tengo ficha"- porque, y cito textualmente, "uno tiene el sueldo que tiene e intenta ajustarse". Pues aprieta bien el cinturón, colega, porque vienen curvas.
Cualquier extraterrestre llegado tal día como hoy a esta peculiar corte de los milagros, pensaría que Camps es un buen hombre que, en un ejercicio de inmersa cordura y contención, devolvía todos los lujosos obsequios que le entregaba una panda de hombres malvados cegados por la ambición. Y no solo eso: José Tomás puede que posea muchas habilidades, pero no la de la costura, porque cuatro trajes que le confeccionó al presidente y cuatro que éste le mandó de vuelta pretextando aquello de "no me quedaban bien". Eso es lo que yo llamo un perfecto corte de mangas.
Aunque sea tarde para decirlo tras semejante parrafada, confieso que me he mantenido alejada de este asunto, que me parece más una tira satírica que una crónica política. De hecho, toda la trayectoria del gobierno valenciano bajo el mandato de Camps me recuerda a una ficción cutre rodada en Marina D'Or. Con esto quiero decir que seguramente me perderé el final. Y, sinceramente, me da igual que me lo cuenten o no, porque estoy convencida de que todo se resume en un spoiler de lo más vulgar, ese tenso diálogo entre Camps y su cómplice y amiguito del alma, El Bigotes: "A veces veo trajes"; "no te preocupes nen, son todos de El Corte Inglés".
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