Ayer desalojaron los dos edificios ocupados por el 15M en el centro de Madrid. Como consecuencia, ya de noche, un nada despreciable número de Indignados colapsó la Gran Vía en protesta por el desalojo.
Esta protesta, con el Código Civil en la mano, carece de sentido. Es ilógico rebelarte cuando has ocupado de manera ilegal un edificio privado. Yo entro en una casa que no es mía, me instaló allí y, en cuanto me sacan, monto la mundial. No es de recibo. Sin embargo, tampoco es de recibo no simpatizar, en los tiempos que corren, con esta okupación con k de catástrofe.
Como ya he dicho, se trata de un acto a todas luces ilícito, pero bastante consecuente con ese derecho a una vivienda digna que tenemos los españoles, el mismo que los políticos y sus palmeros nos han negado cuando no había crisis y nos lo arrebatan por las malas ahora que llueven chuzos de punta. Es impensable que el pasarse los derechos que nos amparan por el forro no tengan consecuencias. Puedo entender perfectamente el principio de ejecución de los desahucios que estamos presenciando: tú has comprado una casa, te has comprometido con tu banco prestamista a cumplir unas normas; no lo haces y el banco se queda con lo que creías tuyo pero que jamás lo fue. Esto, que parece tan sencillo de aplicar así dicho, se convierte en un drama emocional y social de enormes dimensiones, sobre todo porque es como un virus que se contagia a la velocidad de la luz.
Me parece muy digna la labor de grupos del 15M intentando frenar los desahucios de los que tienen constancia. Y creo que una de las primeras tareas de este gobierno, que será bautizado en paz y amor a finales de este mes, debería consistir en cambiar la legislación para ampliar las moratorias o darles a los desalojados una solución digna a una situación que, para la mayoría, se convierte en el fin del mundo.
Contaban que el hotel y el teatro okupados en Madrid habían alojado a varias familias sin hogar. No me puedo imaginar cómo sería la convivencia en ambos lugares, pero supongo que no tan idílica como todos queremos fantasear. El drama une, pero el drama y la vida diaria casan bastante mal. No creo que sea potestad de los Indignados arreglar ese problema; pueden tapar agujeros, pero el socavón va a seguir creciendo hasta engullirnos a todos.
En esta cosa zen con la que me he levantando por la mañana tengo sitio para todos. Así que también entiendo que los propietarios vayan directos a la yugular cuando sus edificios son tomados por asalto. A lo mejor no los necesitan para nada, pero queda mal que una panda de "perroflautas" arranque el tapiz de la caza del ciervo, tan años 60, y caiga en la tentación de llenar las paredes de dibujos del Che y lemas antisistema. Pero lo que no entiendo, por ejemplo, es que instituciones con tantas propiedades en su haber como la Iglesia, aún no se hayan ofrecido a ponerlas al servicio de quienes no tienen techo para cobijarse ni familia que pueda ayudarles. Supongo que esto entra dentro de los parámetros de la caridad cristiana que nunca comprendí muy bien cuando me los explicaban en el colegio. Y para que no me acusen de meterme siempre con los mismos (difícil, lo sé), creo que hay muchos propietarios privados con edificios inutilizados e inhabitados a los que les honraría tener un gesto de solidaridad. No se puede mirar para otro lado en según qué momentos y continuar con tu vida de lujo y pavoneo -hay que ver lo que han medrado ambos sectores en los últimos años: el del lujo y el de la gente pava- cuando miras a la derecha y solo ves miseria (si miras hacia la izquierda se sobreentiende).
La falta de vivienda, trabajo y el recorte de los servicios sociales que afecta, sobre todo, a los parados de larga duración asusta. Y, además, es inmoral. Está naciendo una nueva casta de desfavorecidos cada vez más amplia. Un núcleo de población a la que será muy difícil contentar y controlar. Que no se quejen luego de su ímpetu revolucionario y su cariz protestón. No tienen nada que perder. Y, sobre todo, no les han dejado otra cosa mejor que hacer.
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