Ya está aquí, ya llegó. Esta mañana ha tenido lugar la proclamación de Ana Botella como alcaldesa de Madrid, en un acto donde ha estado arropada por miembros de la guardia pretoriana de su santo, José María Aznar, que tanta paz llevó como descanso dejó el día que abandonó la presidencia. Sin sonrojo alguno y encantada de conocerse, la señora Botella ha jurado servirnos y honrar a Madrid durante el tiempo que dure su reinado en la cúspide de ese edificio tan coquetón situado en la Plaza de Cibeles.
Resulta casi rocambolesco que a la nueva regidora de Madrid no la haya elegido el pueblo de la capital, y que su mandato sea producto del dedazo de su partido, el mismo que nos gobierna. Desconozco si doña Ana Botella tiene la experiencia y ductilidad política necesarias para ocupar semejante cargo, pero me da a mí en la nariz que va a ser que no. Primero, porque su inoperancia en las concejalías que le han adjudicado ha dado lugar a muchos chistes pero ninguna acción práctica ni beneficiosa para los ciudadanos; segundo, porque la inclusión en las listas de una persona con el único bagaje de ser solo "consorte de" (recordemos que, mientras su marido ejercía de presidente, ella estaba a sus cosas, a salir en las revistas mayormente) es un insulto a la inteligencia ciudadana y, tercero, porque no ha hecho ningún mérito para ser alcaldesa, salvo ocupar un tercer puesto en una lista que ahora nos parece viciada de serie.
Mis colegas que se dedican a esto de la información "pasillera", entendiendo por tal los que trabajan cubriendo las informaciones que se cuecen en la Asamblea de Madrid y en el ayuntamiento con sus respectivos pasillos, cuentan que Ana Botella carece de criterio político e incluso de una formación cultural acorde, ya no con el puesto de alcaldesa, sino de concejala en alguna minúscula aldea de la vasta planicie castellana. Y que conste que no lo digo yo, que solo hablo de oídas y no tengo el gusto de conocerla. Se ve que no salimos por los mismos sitios.
Sus empeños en mear fuera del tiesto y soltar lo primero que le pasa por la cabeza, como la tan celebrada comparación de la homosexualidad con esa improbable unión de peras y manzanas (ambas frutas dotadas de rabo, por cierto), su fama de prometer mucho y no cumplir nada y su dificultad para mantener un discurso de cierta coherencia política, nos hace temer lo peor. Las Asociaciones de Vecinos están que trinan tras sufrirla y saber cómo se las gasta (o mejor, cómo no) la otrora vilipendiada concejala de Medio Ambiente, que con ella pasó de Medio a 1/3. Pero no solo los sufridos grupos vecinales se echan las manos a la cabeza: cualquier persona de espíritu democrático debería estar jurando en arameo ante este sistema de listas cerradas, que obliga a quien votó a Gallardón por su opción moderada, a tener que aguantar a la muy conservadora Ana Botella durante el tiempo que la alcaldesa quiera seguir siendo la más madrileña de todos. A ver quién le lleva la contraria. Como si lo viera, me huelo ya las autocomparaciones absurdas con Cristina Kirchner. Un argumento de película de serie B. Primero, porque a doña Ana, el populismo no le aguanta ni una tarde de merienda con sus amigas en Embassy y segundo porque aquí, para jefa, ya tenemos a la de la Zarzuela, reina.
El dúo Botella/Aguirre, como ya dije en otro post, va a ser un no parar de publicar grandes éxitos. A la primera estaremos todos vigilándola con lupa (qué estrés; se le va a combar la peluca) y a la otra la supongo mosqueada y maquinando el contraataque tras ver cómo la victoria de Rajoy arrinconaba sus aires de grandeza. Dicen nuevamente los informadores "pasilleros" que la tal Esperanza es una déspota con su equipo y que los tiene a todos marchando a su son. Curioso. Me he encontrado al menos tres mujeres así en mi vida: de las que disfrutan de verdad ejerciendo ese tipo de poder que amedrenta (sino esclaviza) a los demás. En el fondo, sospecho, todo es producto de la inseguridad. A este tipo de personajes no les gusta nada la gente con criterio propio y la autoestima alta. Lo lamento por ellas y, sobre todo, por nosotros.
Estamos a punto de ser testigos de una conjunción planetaria similar a la que mencionaba Pajín en sus días de gloria, con dos estrellas a su bola, liándola parda en el universo madrileño. Si a estas horas el oso no está ya haciendo las maletas y planteándole una demanda de divorcio al madroño, faltará poco. Que Dios (pepero y conservador, según los que ahora nos gobiernan) nos coja confesados y, a ser posible, con el vino de misa finiquitado. Amén.
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