El otro día decía alguien que no soporta las cenas de empresa que se celebran en estas fechas porque te obligan a estar tres horas compartiendo mesa, mantel y charla con las tres mismas personas. Y que, añado yo, seguramente no son ni las que mejor te caen ni las que más te divierten. Nos lo tomemos como nos lo tomemos, estas "celebraciones" no dejan de formar parte del trabajo, otro rato más que pasas con tus compañeros, aunque el pack incluya papeo gratis y, en ocasiones, hasta barra libre. Solo queda echarle voluntad y pensar que, al menos, son una vez al año, y que hay gente a la que le encantaría estar en tu lugar aunque le entraran ganas de meterle al de al lado la cabeza dentro de la crema de marisco. Así que resignación y al brindis.
Sin embargo, no acabo yo de pillarles el punto a estas fiestas por obligación. La integración grupal te anima a ello, a acatar la disciplina y hacer como que te diviertes cuando, en realidad, preferirías estar durmiendo sobre una cama de clavos. El efecto de "tienes que ir porque sí" ejercido sobre tu tiempo de ocio, me resulta bastante antipático. Pero lo mismo me ocurre con la noche de fin de año y las cenas familiares que pueblan estas fiestas de buen rollo. En cuanto aparece en el horizonte la obligación de pasármelo bien, empiezo a pasarlo fatal. No me gusta ponerme tacones y escotazo en fin de año, exponerme a un frío de narices y contonearme al ritmo de Danza Kuduro con los langostinos todavía en la garganta. Tampoco considero que sea la invitada más locuaz y divertida en cualquier cena de Nochebuena, porque, entre otras cosas, no es mi día favorito del año. Y, durante mucho tiempo, las cenas o comidas de empresa me parecieron un señor coñazo, una especie de prueba que había que superar, aunque reconozo que, en esta ocasión, la afronto con mucho más espíritu y ganas de pasarlo bien. Tal vez porque una llega al evento con el equipaje bastante descargado de malos rollos.
Siempre he dicho que no es intrínsecamente bueno hacer amigos en el trabajo. Durante un tiempo pensé que a lo mejor estaba equivocada, pero la experiencia me ha devuelto a mis orígenes. Por supuesto que uno puede ser amigo de alguien a quien en su día conoció desempeñando la misma actividad profesional, pero incluso dicha relación tiene que pasar la prueba del algodón, el tiempo y la distancia (eso sí, si la supera creo que es una amistad prácticamente imbatible). La superviviencia se me antoja muy difícil. Sobre todo porque no es lo mismo conocer a las personas en una faceta de su vida que descubrir cómo son en otras completamente distintas. Tal vez te gusten en un sitio pero te desagraden en otro. La visión es sesgada y siempre te llevas sorpresas, a veces agradables; otras muchas no. O a lo mejor es que la gente es demasiado oportunista y se desprende de ti cual pañal usado en cuanto sospechan que estorbas sus planes. En resumen, que la vida me ha hecho muy escéptica en este tema, lo que también tiene su lado bueno: el no preocuparme excesivamente por intríngulis de índole laboral/personal que antes me sorbían el seso.
Para terminar y remitiéndome a lo dicho, afrontemos cenas y lo que venga con la mejor voluntad navideña y ganas de, al menos, desempeñar un papel digno. Eso sí, por lo de fin de año no paso. Que salgan otros. En lo que a mí respecta, empezar enero con la Pantoja deseándote buena suerte desde la televisión ya me parece bastante surrealista como para abrazar congas y matasuegras como si no hubiera un mañana. Feliz 2012 a los buenos, que los malos ya se pueden ir dando con un canto en los dientes por el simple hecho de seguir respirando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario