viernes, 23 de diciembre de 2011

Letargo primaveral

Hace unos meses vivimos aquellos episodios, para muchos tan esperanzadores, que, entendidos en su conjunto, pasaron a ser llamados "la primavera árabe". Una ola revolucionaria se extendió, sobre todo, por los países musulmanes del norte de África provocando el derrocamiento de dictaduras y el nacimiento de democracias bastante sui generis, porque aúnan peculiaridades estrechamente relacionadas con la historia, la geografía y el sentimiento religioso en las cuales no voy a entrar.
Recuerdo que, la primera vez que estuve en Túnez, el culto al dictador era tan absoluto como visible. No obstante, en cuanto preguntabas al respecto, la gente torcía el gesto y te mostraba cierto desacuerdo con el mandatario, pero con visible reparo, sino miedo, a entrar en más detalles. Salvando (muy mucho) las distancias, el paraíso tunecino construido para el disfrute y la seguridad del turista me recordaba a aquel otrora edén marbellí de Jesús Gil, una ciudad perfecta en la superficie (el control policial es lo que tiene, que te deja todo como los chorros del oro) donde la mierda se acumulaba en alcantarillas y despachos oficiales.
Al margen de batallitas de abuela que podría contar y no parar, no deja de llamarme la atención lo volátil que es la opinión pública en estos aspectos. El auge siempre va parejo a la decadencia, y mientras hace bien poco todos nos sentíamos un poco revolucionarios árabes, hoy tenemos la cabeza en otras historias y, salvo el caso de Siria, que aún nos pone los pelos como escarpias, "que se apañen ellos". Sin embargo, a mí, el proceso de consolidación de un sistema de partidos, esa transición política que, en este caso, también lo es desde el punto social y económico, es lo que más me atrae del proceso en sí. Qué se le va a hacer si he salido pelín extravagante.
El otro día, hablando con el antropólogo Pedro Pitarch, autor de varios artículos y escritos sobre el movimiento zapatista, le señalaba el, en mi opinión, letargo en el que ahora está sumergida la revolución que conmovió al mundo y despertó a México. Él disentía. Más o menos, y en eso estábamos de acuerdo, venía a decir que gran parte del impulso mediático se debió a esta fiebre revolucionaria que contagió a intelectuales de todo el país y, por ende, a los europeos. Era una época proclive a respaldar acontecimientos semejantes, y a ello se dedicaron algunos con furor. No obstante, tal como te digo una cosa te digo la otra, y no tardaron los mismos en desencantarse, aburrirse o dedicarse a teorizar sobre distintos asuntos mientras justificaban su desidia criticando la actitud, personalidad e ideología de Marcos. De héroe a villano a la velocidad del pensamiento crítico. Me decía Pitarch que él, lo mismo que no veía motivos para tanta exaltación inicial, tampoco justificaba el razonamiento negativo que vino después. Asimismo, entendía que fue la progresiva pérdida de interés de los medios de comunicación la que, poco a poco y casi con alevosía, fraguó ese "olvido" en el que se sumergieron los indios de la selva Lacandona.
En mi opinión, tiene toda la razón. El papel de los medios condiciona la opinión pública hasta tal punto que lo que no sale en los periódicos, no se ve en la televisión y no puebla las redes sociales no existe. Es increíble cómo exprimimos una noticia y luego la abandonamos a su suerte, como si el asunto, una vez exiliado de las páginas centrales, dejara de tener importancia y entidad. Algo así ha pasado con la "primavera árabe". Y, sin embargo, dentro de este reverdecer floral, me parece fundamental comprobar hacia dónde van esas naciones y qué movimientos hay alrededor de los medios de comunicación, un aspecto fundamental para controlar la imagen que das al mundo y asegurarte el poder dentro del país. Cruzando el charco y tomando bastante distancia de nuestros vecinos no solo desde el punto de vista geográfico, es muy interesante ver cómo el populismo de Kirchner se traslada a ese empeño en dominar los medios. Si alguien tiene tiempo y ganas, que siga de cerca la guerra entre la señora presidenta y el grupo Clarín, capaz de parir conflictos tan golosos para los observadores como el que se está produciendo actualmente en la lucha por el control de la televisión por cable. Un ejemplo bastante revelador de lo que puede ser la pelea a cara de perro por el poder mediático y que se puede extrapolar fácilmente a otros países.
Decía hace días un historiador que la memoria colectiva es una falacia. La memoria es individual porque los recuerdos también lo son. Del mismo modo que, por mucho que nos fastidie, no podemos juzgar si alguien ha hecho algo de forma intencionada o no a no ser que lo confiese, es imposible apropiarnos de la memoria de otro, ya que está teñida de su propia subjetividad, no de la nuestra. Siguiendo dicho razonamiento, esa cosa tan nostálgica y evocadora llamada memoria colectiva sería, en realidad, algo mucho más pragmático denominado historia colectiva. Esa misma que están construyendo países no tan lejanos a nosotros y del que se han salvado otros como Marruecos al que el, imagino, hartazgo mediático les ha librado por los pelos de una buena. Del mismo modo, y además de Siria, no deberíamos perder de vista a Argelia, cuya proximidad con Libia puede alentar ciertos conflictos de una magnitud aún por calibrar (tengo un conocido que ha estado en el país hace poco y me ha contado cosas, pero eso daría para otro post y no precisamente de mi autoría). Tanto Marruecos como Argelia son, además, dos países cuya evolución resulta fundamental para España, el primero por el meollo de relaciones históricas, políticas y económicas que reproducen periódicamente tanto el amor como el odio mutuos y el segundo por todos los intereses creados alrededor del tema del gas, en el que han metido mano, de una forma u otra, empresas españolas. Todo ello por no hablar del comercio armamentístico y negocios colaterales que mejor ni mentar.
En fin, seguiremos atentos a nuestras pantallas. Si éstas se dignan, en algún momento, a dejar de lado las noticias tremendistas respecto la deprimente crisis que nos asola. Mientras, siempre nos quedará ejercer la crítica con las informaciones que nos llegan desde el ciberespacio. No es tan entretenido como jugar al Risk, pero tampoco está mal...

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