El efecto mariposa es la parte anecdótica de la teoría del caos. No voy a desgranar esta última porque, probablemente, acabaría siendo engullida por un agujero negro de dimensiones épicas, así que quedémonos, por favor, en lo más florido y festivalero del asunto.
El dichoso efecto mariposa viene a decir que, por muy previsible que sea un acontecimiento, pueden surgir variables que introduzcan un componente caótico, construyendo un resultado completamente diferente al esperado. En la forma más poética de explicarlo, el aleteo de una mariposa en Londres puede producir un tsunami en Tokio. Vale, es una manera un tanto drástica y triste de decirlo, pero el asunto, más o menos, va por ahí.
El problema del efecto mariposa es que todos estamos a merced de él. Es posible, por ejemplo, que un granjero de Arkansas deje de pagar su hipoteca y, después de una sucesión de acontecimientos en tropel, un banco español vaya a la quiebra. Yo diría que no solo es posible, sino que a todos nos suena como un cuento demasiado verídico como para parecer falso. Del mismo modo, una decisión tonta que tomemos un día puede cambiar el comportamiento de otra persona hacia nosotros e incluso su forma de proceder, transformando a continuación la vida de terceros y así hasta el infinito y más allá.
Como señalé en su día, es muy complicado averiguar las intenciones de alguien cuando hace algo. Podemos intuirlas, pero ello no quiere decir que no nos equivoquemos. Sobre todo porque las intenciones pueden ser víctimas de ese inesperado efecto mariposa: un coche chocó contra una torreta eléctrica, se fue la luz y parte de lo que estaba en la nevera se echó a perder, incluida la leche para el café. Eso ha puesto a nuestro "mariposón" (no va con segundas) de mal humor, llevándole a ver todo negro y a tomar decisiones absurdas y precipitadas de las que quizá no sea consciente y, por lo tanto, no le merezcan una disculpa.
Sin embargo, resulta inviable estar todo el día preocupado por averiguar los motivos del comportamiento de otros y dónde andan las mariposas batiendo alas. Antes que nada, debemos tener en cuenta la proporción del comportamiento humano, aquella que dice que todos tenemos un 10% de factores inamovibles en nuestra vida y un 90% de componentes móviles que podemos manejar, aplicar y transformar como nos dé la real gana. Una persona que ejerce el control sobre ese 90% es un individuo maduro, seguro de sí mismo, capaz de enfrentarse a los obstáculos y ganarles la partida. Sin embargo, hay muchos que revierten el porcentaje, convirtiendo su vida en un 90% de fijo y un 10% de variable. Se trataría, lógicamente, de aquellos que se dejan llevar, incapaces de interactuar con sus sentimientos, que huyen de los conflictos y no suelen participar en la toma de decisiones. Esas torres de cartón son como la montaña donde chocan las mariposas. Porque para que este mundo fluya, para que surjan casualidades, sorpresas y momentos increíbles, hay que dejar que las mariposas vuelen y precipiten lo imprevisto, sea bueno, malo o mejor.
En este universo globalizado, cualquier cosa que hagamos tiene repercusiones. El que yo escriba algo en este blog, lo lea un internauta del otro lado del Atlántico y le lleve a reflexionar sobre su vida es magia pura. Como también lo es conocer gente, descubrir lugares, cruzar una calle aun sabiendo que deberías cruzar otra, decir sí siendo consciente de que tal vez tendrías que decir no o negarte a algo reconociendo que la aventura que te hace sentir vivo radica en la aceptación de lo imprevisto. Sin embargo, nos gusta atarlo todo en corto, huyendo del caos como si fuera algo malo. El problema está en que equiparamos lo caótico con lo violento y quizás los tiros (nunca mejor dicho) no van por ahí.
Cuando mi generación empezó a estudiar inglés aprendió aquello tan pueril de "one mariposita fly fly in the garden when de repente ¡cataplof! tortazo on the floor". Antes me parecía una tontada; ahora, filosofía pura.
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