Si algo me impacienta y me incomoda son esas absurdas cadenas de mensajes que se suceden en determinado foros y que empiezan por la frase "No leas esto" o, en su defecto, "Si lees esto...". Se supone que si no pasas semejante refrito de insensateces a todos tus contactos y los contactos de tus contactos en el plazo máximo de un nanosegundo, caerán sobre ti todas las plagas de Egipto, Ana Botella se mudará a vivir a tu casa y deberás trabajar el resto de tu vida podando el césped bajo las órdenes de Mourinho. Más o menos, las cosas van por ahí. Y son un incordio, sobre todo porque, cuando quieres consultar opiniones reales, tienes que ir descendiendo el cursor del ordenador hasta el submundo mientras te dejas los ojos persiguiendo un atisbo de vida inteligente.
Las cadenas de mensajes, tan populares en los comienzos de internet, son como el cuñado gorrón que se presenta todas las navidades confiando en que la familia se olvide de que, en realidad, se trata de un chupóptero de lo más desagradable. Estas advertencias de ultratumba ya no asustan a nadie, pero se ve que hay quien llega al orgasmo replicando mensajes sin sentido para desesperación de los que realmente quieren disfrutar de lo que están viendo o leyendo. Me recuerdan a aquellas desesperadas peticiones de ayuda que sacudieron los primeros cimientos de la red, invocando la solidaridad universal para encontrar criaturas perdidas y sanar a tiernos infantes aquejados de enfermedades horribles; tan horribles que no se decía ni el nombre, supongo que por no amedrentar a las masas. No dudo que alguno de estos casos fuera verídico, pero aun hoy nos llega, muy de cuando en cuando, la foto del mismo niño que, a lo largo de casi veinte años, no solo no ha crecido, sino que ha cambiado de nacionalidad en más de diez ocasiones, solo superadas por las veces que ha mutado de progenitores.
Todo esto me lleva a pensar en esos cansinos personajes de la vida real que no dejan de aleccionarte sobre lo que tienes que hacer, decir y con quién te conviene ir bajo sutil amenaza de que, de no hacerlo, ya no serás "uno de los nuestros". Personas empeñadas en que sigas sus pasos a piel de la letra, porque si no, el castigo será el destierro, el olvido y, sobre todo, el no molar nada, pero nada de nada. Y cuando crees que has conseguido evitarlos, vuelven a la carga, repletos de buenas intenciones y mejores voluntades, pero poseídos por el mismo espíritu tostón, cobarde y coñazo de los primeros tiempos.
Sí, casi como los trolls, esos seres del averno que suben de vez en cuando a la superficie atraídos por la luz de los ordenadores. Se nutren del insulto y de las respuestas de quien parece disfrutar cayendo en su trampa. Me los imagino carcajeándose cuando algún sensible topillo se acerca y responde a cualquiera de las sandeces que estos individuos esparcen como estiércol que abona nuevas plantas carnívoras. La ventaja es que el troll es muy fácil de detectar, tanto que casi se le pilla la intención de provocar alguna flamewar aun antes de cargar el arma. Lo complicado es reconocerlos en la vida real, porque son criaturas que nos van contaminado, jamás de frente, sino con sutiles mensajes capaces de alienarnos en cómodos plazos. Nos inundan de pequeñas mentiras destinadas a crear una gran opinión, una idea con sustento que identifiquemos como nuestra, de tal manera que reaccionemos conforme a sus intenciones creyendo que son las propias. Su objetivo es provocar el caos, deshacer amistades, sembrar la discordia en los grupos y regar el comportamiento social del mal rollo. Después de todo, creo que la palabra troll se deriva de la expresión "morder el anzuelo", algo que hacemos todos en algún momento de nuestra vida pensando, incluso, que lo mordemos por propia voluntad y no por indicaciones ajenas. Y que, además, tendremos premio. ¡Toma ya!
Si nuestro ordenador no está libre de torpedos dispuestos a combatir nuestro ocio en penitencia, el disco duro que alimenta nuestro cerebro, menos todavía. Sobre todo porque no hay antivirus que pueda combatir a semejante panda de alimañas. Adaptarse o morir, dirían algunos. Yo no sería tan drástica pero, eso sí, fumigaría de vez en cuando y tendría a mano un buen escobón. Por si acaso.
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