Tras la convocatoria de huelga general realizada por los sindicatos, el diario La Razón se apresuró a titular, así en letras de molde, "Huelga contra España". Y se quedaron más anchos que panchos.
Es cierto que muchos pueden ver el asunto como una especie de chantaje de las principales organizaciones sindicales contra el gobierno. De hecho, antes de soltar ese agónico descalabro llamado reforma laboral, Rajoy y su gabinete instaron a sindicatos y empresarios a que se sentaran y negociaran, advirtiéndoles de que, si no llegaban a un acuerdo, el gobierno impondría sus terroríficos mandamientos. Obviamente, no se sabe muy bien qué hicieron, pero el caso es que lo que se dice negociar, negociaron poco y ocurrió lo que todos intuíamos. Ahora, tanto UGT como CC.OO maniobran con una huelga general destinada, según ellos, a que el gobierno se avenga a negociar. Curioso, este triple salto mortal.
Sin embargo, hay que reconocer que estamos donde estamos, a punto de intentar paralizar el país, por aclamación popular. Gran parte de los más enfervorecidos sufridores de la crisis económica pedían a los sindicatos un poco de consideración en forma de paso adelante, que demostraran en la calle lo que ni gobierno ni oposición parecían entender cuando discutían en el parlamento. De hecho, gran parte de la opinión pública comparte la misma crítica contra CC.OO y UGT, el reaccionar tarde y mal a los problemas. Y es inútil que delegados y afiliados insistan en el coste humano y económico que significa convocar una manifestación y ya no digamos una huelga; el pueblo quiere movimientos "espontáneos" como el 15M, sin tener en cuenta que esa espontaneidad es ficticia y que el 15M no solo está muy organizado sino que también tiene unos objetivos meridianamente claros. Claros, pero no tan universales como nos han dado a entender.
Complejo país éste en el que vivimos, con chantajes gubernamentales y empresariales, desuniones de la masas y prevalencia del interés privado sobre lo público. Una nación, en fin, que no la arregla nadie. Y esto no lo digo yo: cualquiera con dos dedos de frente reconocería que estamos ante un país sumamente improductivo. Por ejemplo, y aunque muchos insistan en lo contrario, es imposible que nos salgamos de la Unión Europea. Y, de ser posible, no dudo que supondría una catástrofe de proporciones ingentes porque, antes de ser miembros de la Unión, teníamos una industria olivarera, agrícola, automovilística, láctea, naval, siderúrgica... algo de lo que carecemos ahora. Somos una nación que lo único que produce es sol, porque ni siquiera hemos aprovechado la coyuntura favorable de años atrás para invertir en I+D. Inevitable pensar que solo los locos se postularían para gobernar España.
Los más optimistas dicen que somos una democracia joven y que estamos en el proceso de recorrer lo que otros ya han andado. Yo me alineo más con las tesis de la politóloga Esther del Campo cuando insiste en que somos una democracia construida en falso. Si preguntamos a un estadounidense acerca del valor sobre el que se articula su país, diría que la libertad; si le preguntamos a un francés, señalaría libertad, igualdad y fraternidad; si le preguntamos a un español se quedaría mudo de asombro, intentaría descubrir en qué archivo del disco duro de su cerebro se esconde la idea general de uno o dos artículos de la Constitución del 78 y, en caso de hallarlo formateado (lo más verosímil) diría que el fútbol. Así somos.
Dicho lo cual, no creo que esta huelga sea contra España, sobre todo porque lo mucho que han maniobrado las organizaciones supraterritoriales y los mercados, con ayuda de los Estados, no solo nos ha desencantado sino que nos ha llevado a la ruina. Tenemos derecho a protestar sin ser coaccionados ni violentados por ello. Cada cual que haga con su conciencia lo que quiera, pero el hecho de haber llegado hasta aquí ya supone un ejercicio democrático, un afán de conservar y usar los pocos derechos que todavía nos quedan. Y eso no es antiespañol sino todo lo contrario. Le pese a quien le pese.
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