Sinceramente, creo que, en muchísimas ocasiones, la imagen que tenemos de nosotros mismos no se corresponde con lo que los demás ven cuando nos miran. Puede ser para bien o para mal, pero vivimos con ello y vamos tirando. Sin embargo, hay gente que tiene un concepto tan distorsionado de sí misma que se mira al espejo y aparece Brad Pitt. O Gregory Peck. ¿Magia? Sí, de la muy negra.
Hoy leíamos en la prensa que Francisco Camps, ex presidente de la Generalitat Valenciana, recientemente juzgado y sorprendentemente absuelto, ha concedido una entrevista a una revista femenina (?) en la que da rienda suelta a la mayor sarta de estupideces de la historia reciente de nuestro país. Para empezar, el titular ya es para meter la cabeza en un hoyo y no sacarla hasta la llegada de la Tercera República. Y es que Camps, ese señor tan atildado, que quedaría fenomenal en un anuncio de yogures de los que sacan lo mejor de ti mismo, dice que está preparado para volver a presidir la Generalitat y, si se tercia, el país. El ex presunto parece entender que España es como una oficina de contrato temporal, que va uno a la ventanilla central, entrega su solicitud para presidente y, si eso, a lo mejor le llaman. El hombre afirma estar muy preparado y no lo dudo, porque el currículum de chanchullero mayor experto en comisiones varias le secunda y habla estupendamente de su capacidad para trincar y hasta ser trincado. Dice también que no se arrepiente de nada, que los valencianos le quieren y que la austeridad fue su bandera. No dudo que la palabra arrepentimiento le suene a serbocroata y que seguramente habrá valencianos que le quieran, principalmente su familia y aquellos a los que untó y que hoy a lo mejor se encuentran ya en Brasil buscando otro tonto útil que les de bola.
Lo de la austeridad, amigo, es hasta ingenioso, mire usted. Durante los ocho años de mandato del señor Camps se despilfarraron fondos públicos a espuertas, se afrontaron obras faraónicas (muchas de ellas firmadas por el arquitecto Calatrava, que ha elevado a Pepe Gotera y Otilio a la categoría de artesanos del andamio), se negociaron contratos de dudosa legitimidad con gente de pedigrí desleído (a quienes Su Majestad guarde muchos años) y se construyeron los cimientos de lo que la Comunidad Valenciana es ahora: el paraíso del endeudamiento y de los recortes. Y todo gracias a la austeridad de Francisco Camps que, como buen cristiano, tiene las necesidades básicas de un frailecillo valiente.
Gracias a su gestión, Valencia medró "fuerte, próspera, digna, moderna y leal a España", "el motor de este país". Tan próspera como para estar en números rojos, tan moderna como para ser el ejemplo de una zarzuela trasnochada, tan leal como para jugarse los cuartos de todos los españoles y un motor que se ha demostrado (a las hemerotecas me remito) que lleva años gripado. Su discurso le honra, señor Camps.
No cabe duda de que este ser tiene tan elevado concepto de sí mismo que va a acabar subiendo a los cielos y chocando contra una estación especial. No sabemos si por méritos propios o por la sonora patada en las posaderas que le darían de buen grado alguno de esos valencianos a los que él ha cuidado tanto y que ahora protestan por las calles ante la falta de empleo, los recortes en educación, etc., etc. Con sus palabras, no solo demuestra ser un jeta de primera división, sino también haber vivido ocho años en un mundo de ficción del que todavía no ha salido. Yo, de su familia, empezaría a preocuparme, no vaya a ser que el individuo se crea Napoleón y le de por revivir Waterloo o aparearse con una señora llamada Josefina.
Dice también que tras escuchar su sentencia absolutoria, se arrodilló, rezó, y ya que estaba místico, recordó un poema de Kavafis, el poeta griego que solía escribir versos en los que alardeaba de su propia homosexualidad, lo que le llevó a convertirse en icono gay. No sé si Camps es consciente de que el negro que le sopló el nombre de este autor, que queda así como muy culto, a lo mejor se la quería meter doblada. Y no va con segundas. En todo caso, hay que ser justos, tampoco resultaría tan rara semejante invocación: todos recurrimos a pensamientos de Kant en cuanto notamos que nos sisan en la cesta de la compra. La crítica de la razón pura es así de inspiradora.
Para terminar la entrevista, Francisco Camps no duda en dar las gracias a Dios, que le ha sacado de ese embrollo. Será el Dios que protagoniza las viñetas de El Jueves, ése que debe de estar tronchándose de la risa mientras comprueba las menciones que ha tenido hoy en Twitter. Porque si hay un Dios, no sé qué hace que no se apiada de los valencianos en bancarrota en lugar de estar aupando a este cómico de la legua a los escenarios de El club de la comedia.
Y no nos deja Camps sin soltar una última perla. A la pregunta de con quién compartiría una cena, el señor de los trajecillos dice que con Churchill, Juan Pablo II y Juan Carlos I. Menuda juerga. Que Dios los coja confesados.
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