No quepo en mí de gozo. Han propuesto a Shakira como candidata al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, lo cual augura alguna desternillante tira cómica en El Jueves, mi revista de cabecera. ¡Qué buenos ratos estoy a punto de pasar! ¡Gracias, amiguetes!
Los artífices de tanto honor han sido los habitantes de la localidad asturiana de Ribadedeva en bloque, que será muy bonita y muy fermosa, pero esto de la Concordia y la Cooperación Internacional les pilla así, como de lado. Es cierto que la cantante colombiana tiene dos fundaciones de ayuda a la infancia que brillan casi tanto como su Sol y, además, es embajadora de la Unicef. Y no dudo que habrá hecho mucho bien a un montón de niños, igual que tampoco pongo en solfa que artistas de la talla de Juanes, Miguel Bosé, Juan Luis Guerra o Alejandro Sanz, por poner algunos nombres de la pandi, hayan hecho lo propio y hoy en día la humanidad viva con un gozo en el alma (¡grande!) gracias a la altruista labor de estos trovadores.
Como ya expliqué hace tiempo, además de repartir bendiciones, panes, peces y lo que se tercie, los famosos abordan la cosa benéfica como un asunto de marketing y un excepcional lavado de imagen. Después de que Bill Gates inaugurara en su día la mala costumbre de donar a porrillo sacas y sacas de dólares, quienes amasaban inmensas fortunas se sintieron en la obligación de seguir su estela. Y no solo eso, porque la creación de fundaciones, asociaciones etc que mejoren la calidad de vida de los más desfavorecidos tiene sus prebendas de cara a Hacienda, con lo cual, hago el bien a los demás y, de paso, a mí mismo. No saben nada estos ricos...
Sin embargo, hay veces que a tan excelsos personajes se les acaba viendo el plumero ribeteado en oro, como ocurrió en el caso del generosísimo Bono (líder de U2), que vivía a cuerpo de rey incluso cuando visitaba los lugares más desfavorecidos del planeta, y el del ahora caído en desgracia Sir Bob Geldof, que donaba y trincaba a partes iguales. De hecho, y no deja de ser una opinión personal, a Geldof se le fue un poco la púa después de partir la pana con los Boontown Rats, intérpretes de aquella tonada tan famosa titulada I Hate Mondays. Mientras de cara al público aparecía como un benefactor sacándose el carnet por puntos para llegar a santo, en su vida privada era casi una criatura del averno, hasta el punto de que la reina Isabel debe de estar, a estas alturas de la película, dándose coronazos contra la pared arrepentidísima de haberle nombrado Sir.
Quiero suponer que Shakira es una buena chica, que hace gala de la generosidad más extrema y que se desvive por los pobres y necesitados. No tengo por qué dudarlo. Pero, de la misma forma, animo desde este mi púlpito a los habitantes de Villarriba y Villabajo para que propongan en bloque a, no sé, Angelina Jolie, por ejemplo, que también se ha esforzado lo suyo en ser buena persona. Sin embargo, yo seguiré admirando -siempre en secreto, por supuesto- a las gentes que, sin ánimo de lavar imágenes y recaudar dinero para mis dientes antes que mis parientes, negocian acuerdos de paz, se ofrecen como mediadores en conflictos internacionales, hacen trabajo de campo con los refugiados, defienden a las poblaciones diezmadas, etc., etc. Probablemente no conozcamos sus caras ni cantemos sus canciones en la ducha, pero si el planeta no se ha suicidado colgándose de algún agujero negro del universo es, en gran parte, gracias a ellos.
En resumen, que si a Obama le dieron el premio Nobel nada más tomar posesión de su poltrona en la Casa Blanca (a día de hoy todavía estoy intentando descubrir qué méritos le hicieron merecedor de semejante galardón), no creo que Shakira deba esperar el suyo con los pies descalzos. A fin de cuentas, ella no ha enviado a ninguna tropa, armada hasta los dientes, a hacer obras de caridad por el mundo. Y, ya que estoy ahondando en el tema, tiro la casa por la ventana y lanzo un mensaje a los colegas suecos: ¿Para cuándo el Nobel de Economía a Urdangarín? Ya estáis tardando....
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