Hace cierto tiempo, y con motivo de un problema que tuve al que no hallaba respuesta, alguien me contó la fábula, parábola o como quiera ser llamada, de la serpiente y la luciérnaga. No sé por qué (tal vez porque ha salido en la tele, ha aparecido en algún blog, en un periódico, etc), pero el caso es que en los últimos días la he vuelto a escuchar como un déjà vu desasosegante, que me trae ecos de una galaxia muy, muy lejana de la que, afortunadamente, ya no me siento ni arte ni parte.
El cuento dice más o menos así: un buen día, una serpiente descubrió una luciérnaga volando a su alrededor. Desde ese instante, el reptil no dejó de perseguirla, de acá para allá, de un lado a otro, como una sombra amenazante siempre dispuesta a devorarla. Hasta que la luciérnaga, cansada y prácticamente derrotada, cesó de volar y le preguntó a la serpiente: "¿puedo hacerte tres preguntas?". A lo que aquella respondió: "Puedes. Total, voy a matarte igual...". La luciérnaga entonces preguntó: "¿Formo acaso yo parte de tu cadena alimentaria?". La serpiente respondió: "No". Y la luciérnaga insistió: "¿Te he hecho algún mal?". La serpiente contestó: "No". "Entonces, ¿por qué quieres destruirme?" "Porque no soporto verte brillar".
Y es que, a veces, los problemas más complejos tienen una solución tan simple como ésa: no hace falta hacer nada especial para despertar la ira, la envidia y el odio de otros; basta con ejercer la sana costumbre de existir y, en consecuencia, respirar. Hay personas que se dedican en cuerpo y alma a aborrecer a los demás porque poseen algo que ellas no tienen, llamémoslo carisma, buena fortuna, personalidad, etc. Por no hablar de un objeto físico, el cariño de alguien a quien se desea y tantas otras cosas que motivan odios absurdos y viscerales a un tiempo. Da igual las armas que coloques en tu fuerte o los guerreros que te ayuden a defender tu posición; el contrario va a seguir tirando con bala y torpedeándote la línea de flotación hasta sacarte fuera de escena.
Recordando esta historia y al hilo de la huelga general convocada por los sindicatos mayoritarios para el próximo día 29, he vuelto a reflexionar acerca del escasísimo valor que el empresario le da al trabajador, ya no como elemento de la cadena de ensamblaje sino como ser humano en sí mismo. Obviamente, la generalización es imposible, pero he visto suficientes cosas en mi trayectoria como para reconocer que, en determinados ambientes, está muy mal visto que el trabajador tenga opinión, que manifieste una forma de pensar crítica, que posea una ética laboral propia y diferenciada y que, en casos no tan extremos, cuente con una rica vida privada que, a lo mejor, podría llegar a causarle cierta distracción en horas de faena. El profesional que brilla molesta, sobre todo porque su brillo puede atraer, y de hecho atrae, no solo a otros como él, sino a elementos dispuestos a "ir hacia la luz". Y eso sí es un poltergeist y de los chungos, de los que disgustan y ofenden.
En un caso así, se impone echar mano de artillería pesada para apagar tanta luz, sobre todo porque semejante destello en forma de criterio propio deslumbra y ciega, pero también ilumina los deméritos ajenos. Hay que acabar con quien brilla igual que muchos intentan destruir a quien tiene algo que ellos no poseen ni van a poseer nunca. Y no creo yo que ésa sea la receta del buen proceder, sobre todo teniendo en cuenta que puedes matar a una luciérnaga rociándole con acoso laboral y rematándola con el escobazo de una carta de despido, pero ni por asomo lograrás fulminar a todas las luciérnagas. Y que ahora que sabes lo que es el brillo, siempre tendrás miedo de que alguien mejor, más capaz o más carismático aceche en la esquina y, por justicia divina, vuelva a enfocar tus propias carencias.
Si no queremos perder nuestra propia identidad, la esencia que nos caracteriza, la valentía que se nos presume, deberíamos intentar sacarnos brillo y, sobre todo, no volar bajo. Porque el vuelo a ras de suelo acaba de dos maneras: o con un tortazo on the floor o adquiriendo maneras de otros seres que se arrastran. Y, como me dijo alguien hace ya unos añitos, si te arrastras no tendrás derecho a gritar cuando te pisen. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario