¡Menuda se ha montado en Roma con motivo de la beatificación de Juan Pablo II! Cantidades ingentes de católicos han llenado este fin de semana la ciudad eterna con cánticos y mensajes de amor y paz. Precioso. Desconozco los motivos por lo que se beatifica al difunto Papa. Algún milagro habrá hecho, seguro. Así, de pronto, me viene a la cabeza que ser íntimo amigo de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, y aguantarte las ganas de darle dos guantazos, milagro no será, pero mérito tiene. Imagino que Juan Pablo II, tan campechano -según cuentan- en sus gestos, y tan comedido en el sentir, sería un hombre de esos de hacer mucho el bien. Lástima que lo de las canonizaciones no lleguen en vida, porque conocerías a tanta gente que ríete tú del Facebook. Éste esperando que le cures un orzuelo, aquél buscando un buen colegio para sus hijos, el de más allá rezando para que su suegra encuentre novio y se vaya bien lejos... Siempre dando audiencia. Lo dicho, un no parar.
Voy a contar un secreto que me tiene acongojada: de pequeña pensaba que el mejor Papa era el Papa muerto. Que no se me subleven los creyentes porque todo tiene una explicación. Hace siglos yo iba a un colegio de monjas y hete aquí que eligen Papa a Juan Pablo I y va el hombre y la diña. Desolación total y dos días de luto que nos dieron en el cole y que para mí fueron de fiesta. En casa, jugando del alba al anochecer, ¿se puede pedir más? Recuerdo haber pensado entonces que el hecho de morir en la cama rodeado de monjas era lo más. Ahora, la imagen me pone los pelos de punta.
En fin, que en mi corazón ningún Papa puede sueperar a Juan Pablo I también llamado el "breve". A lo sumo, el hecho de que en algún momento se elija un pontífice negro me podría llegar a conmover, aunque, bien pensado, la elección de Obama tampoco es que me produjera un orgasmo, así que.... Mejor lo dejamos.
Que lo que yo quería decir desde el principio, antes de irme por las ramas, es que el fiestón de Roma me resulta hasta simpático. Una romería de las de toda la vida con mucha gente de amplia sonrisa y guitarra en mano. Pero los que sufrimos la mala suerte de no ser creyentes (con el chollo que implica tener fe, hay que ver) identificamos los milagros con otra cosa. Para mí es un milagro que una niña obligada a casarse con 12 años, consigua huir y pueda contarlo; que una patera logre cruzar el Estrecho sin muertos ni percances serios; que un maltratador deje de serlo y, sobre todo, que un hombre rozando los 60, cabeza de familia de un hogar con dos hijos y dos nietos en el que nadie trabaja, se quede en paro, llegue a la situación de tener que cobrar el subsidio y continúe sacando adelante a la familia con la dignidad tocada, pero sin darse a la bebida, atracar un banco o trasladarse a vivir a lo alto de una
grúa pancarta en mano. Eso sí es un milagro. ¿Lo demás? Lo demás, a lo sumo, escenas de vodevil.
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