Voy a ser sincera: ni tengo página en Facebook ni la voy a tener. Llamadme antigua, romántica, carca... lo que sea, pero eso de exponer mi vida, las imágenes que la retratan o que alguien cuelgue en mi muro cosas tan prosaicas como que todas las mañanas se lava los dientes, no me va. Yo soy muy de piel, de tocar, de oler, de ver... Demasiado primitiva, creo.
Y con los amigos también tengo mis manías. Los míos son pocos y muy seleccionados. La gente que no me interesa, no me interesa y punto. Los que en su día me interesaron y ahora ya no, descansan en el limbo de mi indiferencia. Con los que me interesan ya me ocupo yo de mantener el contacto puntualmente, gracias. Todo esto viene a cuento porque hay una conocida que me tiene un poco perturbada. O me tenía. La susodicha, una persona a la que yo solo me acercaría por obligación, no para de habar de que "este amigo dijo aquello", "una amiga contó esto otro"... Así varias veces al día y varios días a la semana. Mi pasmo era tremendo, porque no entendía cómo una mujer con ese carácter ni esa formas podría atesorar tantas amistades y alardear de ellas. Debí darme cuenta de aquello de "dime de qué presumes...". En fin, que me he enterado por otra tercera persona que dichos amigos son gente del Facebook a los que no conoce de nada y que se apuntaron a su cuenta porque, imagino, no tenían otra cosa mejor que hacer y atraídos por un perfil que ella se ha encargado muy bien en remodelar convirtiéndolo en florido y fermoso.¿Es eso amistad? Pues no la compro.
El otro día presencié una singular competición entre dos personas en los veinte que se jaztaban de sus amistades en la red social. Una afirmaba ir por los doscientos y pico y la otra por los 180. Yo, en mi ignorancia, les pregunté a cuántas de ellas habían dado un abrazo y contado sus secretos. La primera dijo que a tres; la segunda que a cinco. Estupendo. Según estas nuevas reglas, cualquiera que me de las buenas tardes a la salida del supermercado es mi amigo del alma. Y la secretaria del dentista, con la que tengo más trato, mi media naranja.
No entiendo que la vara de medir la amistad sea la cantidad y no la calidad. Que los amigos, a lo sumo, sean solo gente con la que ir de cañas y no por la que arrimarías el hombro en momentos bajos o ayudarías en una mudanza (prueba peliaguda de amistad donde las haya). Lo dicho, soy una carca. Mea culpa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario