No puedo con la obligación femenina de estar ideales de la muerte. Ya sé que es algo que se pasa con la edad, pero no deja de encerrar un matiz servil. Y todas tenemos parte de culpa en ello. Lo mejor que podemos decir es que nos arreglamos para gustarnos a nosotras mismas. Mentira. Nos maqueamos para que nos miren, nos remiren y nos vuelvan a mirar. A pesar de los avances sociales del género femenino, nuestro interior (vaya usted a saber si también nuestra genética) sigue esclava de la veleidad masculina, de los gustos y apetencias del sexo opuesto.
Mirándolo fríamente, ya digo, me parece absurdo sufir por haber engordado un kilo, tener el pelo sucio y lucir un solitario grano en la punta de la nariz. Ridículo, pero demoledor. Por mucho que nos rebelemos, es casi imposible luchar contra las ganas de agradar, de dejar al personal epatado. Y eso es lo más absurdo de la condición femenina. Tal vez yo lo vea desde mi perspectiva de mujer, pero creo que los hombres están mucho más liberados en cuanto a ese tema. Gustar, llamar la atención del sexo opuesto es atávico, pero imagino a pocos machos pasándose las horas del lunes elucubrando qué galas van a lucir el martes. O poniendo morros porque menganita no me ha sostenido la mirada todo el tiempo que a mí me hubiera apetecido.
La obligación de estar siempre perfectas es una losa. Igual que lo es el tener que demostrar continuamente que eres la mejor: la mejor amiga, la más trabajadora, la madre abnegada y la amante todoterreno. Qué coñazo, nunca mejor dicho. Bastante tenemos con sobrevivir día a día a nuestras hormonas y seguir respirando. Y lo peor es que esto no tiene solución porque, insisto, lo de agradar al sexo opuesto está en los genes. Sale en los cuentos que leíamos de pequeñas y reaparece en los cuentos que nos cuentan de mayores. Una esclavitud.
Dicho lo cual, otro apunte: no soporto a la gente que te mira siempre de arriba abajo. Da la impresión de que mueren de envidia hacia todo y hacia todos y, de paso, quieren hacerte entender que pertenecen a una clase superior y tú eres poco menos que un zurullo pegado a su zapato. A estos les pegaría yo un buen repaso: de arriba abajo y de izquierda a derecha. Así no, amigos. Mírame a los ojos y me verás, mírame de arriba abajo y solo veré lo peor de ti.
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