En una entrada anterior dije que Perú era mi Shangri-La. Esta mañana, volviendo a ver aquel programa de Sardá sobre viajes, empecé a pensar que tampoco estaría mal pasar una temporadita en Buenos Aires. Así, de lejos, de muy lejos, semeja una ciudad apasionante, con una historia tremenda y un presente que se reinventa cada día.
Tengo pendiente un viaje para el otoño y ahora dudo. Lo único que me resulta cristalino es que no quiero ser turista en ningún lugar. Odio los viajes organizados y los tours aún más organizados. Eso de levantarse a las siete de la mañana por mandato divino y dedicarte durante el día a recorrer, a velocidad digna de Usain Bolt, calles, edificios y construcciones siguiendo el plan que una mente perversa ha diseñado me da bajón y hastío. Y lo peor no es eso: además te tienes que relacionar, sí o sí, con otros tan extraños al medio como tú que, sean de donde sean, te acabarán preguntado tu opinión sobre la rivalidad entre Barcelona y Madrid y qué tiempo está haciendo en la capital de España en esos precisos momentos. Temas candentes donde los haya.
A mí lo que de verdad me gusta es viajar. Perderme, encontrarme y, si procede, volver a perderme. Hablar con la gente de los lugares que visito, pedirles consejos, dejarles que me cuenten historias, que me guíen y que me adviertan. Luego yo decidiré. Levantarme tempranísimo y empezar a caminar a saber dónde. El problema es que ser mujer te lo pone un poco difícil en según qué lugares. Admiro a Hernán Zin, por ejemplo, experto en meter la nariz en cualquier lugar del planeta y salir de ella con un montón de amigos y aún más anécdotas. Me lo imagino con la mochila y la cámara al hombro, escuchando y procesando. Y le envidio, porque a mí no me dejarían poner el pie ni en la mitad de esos sitios y, de hacerlo, me mirarían peor que mal.
Yo no soy de las que iría a Nueva York de compras o no solo de compras. Tampoco me adentraría en Perú para visitar el Machu Picchu, o no solo el Machu Picchu. Yo quiero ver lo que pocos han visto. Viajar es al turismo lo que el azúcar a la sacarina. Los planes organizados por las agencias me parecen letales para la adrenalina. Y un viaje sin adrenalina no es viaje ni es nada.
Tras lo cual, seguro que entre Perú y Buenos Aires, acabo yendo a México. Como siempre.
Hernán Zin elaborando uno de sus reportajes (diario Público)
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