Hoy tengo muchas ganas de analizar ese fenómeno literario denominado chick lit. Hablando en plata, literatura para mujeres. No tengo nada en su contra, pero tampoco demasiado a favor. Hace mucho que no leo un libro de este percal; en su día me metí entre pecho y espalda algunos de Marian Kayes que, si mis ojos no me engañan, debería ser algo así como la Corin Tellado irlandesa: una mujer que escribe novelas de amor pero en la que no falta el punto moderno: sus heroínas están estresadas, beben, meten la pata y, muy importante para aquello de la cosa cosmopolita: son anglosajonas.
Pero vayamos al lío. Las protagonistas de este tipo de literatura tiene un físico muy definido: pelirrojas y de ojos verdes. Lo normal, vamos. Para que la cosa no cante mucho, a veces se le añade un "defecto físico" que suele ser el tener grandes tetas. Ya me contaréis qué tiene de malo un pecho enorme. En fin.... Esta gran mujer cuenta, impepinablemente, con una madre que está como un cencerro, un amigo gay con problemas sentimentales y una íntima amiga con la vida muy estable y una incontinencia verbal que, en la realidad, daría hasta miedo. La protagonista trabaja, sí o sí, en una revista femenina que es un jolgorio. Menos una invasión alienígena, allí acontece de todo. Yo, que he pasado años en un medio de este tipo, os puedo jurar que el aburrimiento campa a sus anchas. El mito está bien, pero no deja de ser un mito, creedme.
Vamos con él: moreno y de ojos grises, intensos y taladradores. Sin familia conocida (así nos ahorramos el bregar con suegros y cuñados, ¿verdad? Una idea genial) y con amigos de esos que nunca estorban. O sea, que se intuye que los tiene pero aparecen poco o, directamente, no aparecen. Por supuesto, disfruta de un trabajo que ya lo quisiera yo incluso para mis días de fiesta. Los tortolitos se conocen en la oficina (él es el jefazo interesante que, o bien tiene una novia acosadora, o no tiene a nadie; cosa harto difícil de creer con esos ojos taladradores) o, una opción mucho más campechana, en un bar. Allí ella acude con toda su pandi (el amigo gay, la amiga incontinente...) y él, tachán, tachán, SOLO. ¿Qué hace ojazos taladradores solo en un bar? ¿No será que el sujeto es más raro que un perro verde? La gran incógnita de estas novelas, que, si nos ponemos a profundizar en el tema, aquí ya se convierte en historia de misterio.
Una vez planteados personajes tan profundos, el hilo argumental sigue por los derroteros habituales: se conocen; se gustan; se acuestan; tienen dudas; aparece un tercero (o tercera) metiendo las narices donde no le importa; ella cae en depresión profunda y se da al trankimazin y a la cerveza (de las drogas duras ni hablamos porque hay que ser responsable con los lectores); se topa con el que anda solo de bares justo cuando está hecha una piltrafa; ojazos taladradores descubre que le gusta así, con el pelo sucio, la nariz congestionada de "jartarse" de llorar y un par de kilos de más (y las tetas aún más grandes); se vuelven a acostar y ya está: a pelar la pava ad eternum.
Como veis, ya os he dado las pautas para que esta semana santa os sentéis delante del ordenador y os montéis un ejemplar de chick lit con aspiraciones de best-seller. Luego, si el asunto funciona, me lo contáis, que una, a veces, sabe ser hasta comprensiva con las debilidades ajenas. De nada....
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